El trompetista Arturo Sandoval reivindicó el español en su concierto

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Ángel Sopena

San Javier, 5 jul (EFE).- El gigante de la trompeta del jazz Arturo Sandoval, ganador de varios Grammys, seis premios Billboard y un Emmy, volvió al Jazz en San Javier acompañado por su sexteto de músicos cubanos, con los que grabó su último disco, Rumba Palace, y ganó el quinto Grammy de su carrera como Mejor Álbum de Jazz Latino.

Si hubo alguna decepción esa noche fue que el concierto tenía que terminar alguna vez.

Apoyado por un compacto grupo, Sandoval tomó el escenario a un ritmo devastador, despachando notas altas de doble digitación en sus solos de trompeta con una facilidad casi irritante.

Sandoval es encantador. Los pocos momentos en que no está tocando, se le ve bailar nervioso, como si no pudiera aguantar estar sin hacer ruido.

Desde la clásica al pop, del "afro-cuban" al "bebop", la música emana de este artista omnívoro no importa qué instrumento toque. De hecho, tenía muchas posibilidades dispuestas sobre el escenario, para escoger según por donde le diera: teclados, percusión, cencerros, armónicas ... junto a su trompeta y su fliscornio .

Pero lo que se graba en la memoria es el sonido de su trompeta. Puede hacer que su trompeta ría o llore, y se disfruta cada ínfimo detalle.

Su hora y media larga de concierto le dio de sobra para evocar el "bebop" canónico de Gillespie, o el "afro-cuban" jazz de sus orígenes. Descargas de ritmo, música íntima, nostalgia, vitalidad, diálogos de trompeta y saxo, de piano, y, sobre todo, talento y pasión.

Como todos los grandes, Sandoval es también un maestro, y lleva consigo un combo de alumnos aventajados que mantienen durante todo el tiempo un endiablado fondo percusivo, pero los que realmente destacaron fueron el saxo tenor y el pianista, que dispararon notas a toda velocidad.

Por su parte, Arturo Sandoval dio una muestra de talento y fuerza no sólo a la trompeta y el fliscornio, sino tocando magistralmente el piano, el Korg, los timbales, incluso cantando.

Como cantante tiene la virtud de otros trompetistas: su voz es una extensión de su trompeta, y viceversa. Hizo "scat", imitó el sonido de varios instrumentos, tocó el arpa de boca... y eso que al comienzo dio la impresión de estar de malas pulgas por el sonido.

Triunfó a lo grande, imponiendo su portentoso poder de comunicación, reivindicando el castellano, -"qué bueno que vinieron y puedo hablar en castellano" dijo- y su generoso derroche de energía, ante un público que terminó entregado y que le dedicó, en pie, encendidos aplausos de reconocimiento.

Previamente actuó la cantante americana Sara Lazarus, que eligió el francés para dirigirse al público, aunque recordó la fiesta del 4 de julio interpretando 'Chega de saudade' de Jobim.

Lazarus es una intérprete chispeante en la línea de los clásicos americanos, que se miden con estandares firmados por Cole Porter, Gershwin, Irving Berlin, o Henry Salvador.

Ella soporta la melodía con un "swing" elegante y sobrio; los amantes de la "chanson" y los gourmet del jazz estarán maravillados. Sara, con un fraseo vocal claro y conciso perpetua la tradición de Helen Merril o Anita O'Day.

Le acompañó un trío de músicos franceses dirigidos por el pianista Alain Jean-Marie, que aportó gran sensibilidad, la sonoridad profunda, y su manera de ir infaliblemente a lo esencial.

Un repertorio variado permitió apreciar su voz tan matizada, haciéndose a veces nostálgica y grave como en la espléndida "Once upon a summertime" -versión de 'La valse des Lilas de Michel Legrand-, más dulce y con más"swing" en "Let's do it" de Cole Porter, y con encanto latino en "Morning", pero brilló sobre todo en los temas más "blues", como "Thrills Gone", y mostró sensibilidad y excelente gusto musical. EFE

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