El virus del COVID-19 afecta a las publicaciones científicas

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La duración de los procesos de revisión de artículos científicos se ha reducido de 100 a 6 días

El virus del COVID-19 afecta a las publicaciones científicas

Los expertos proponen avanzar en la ciencia abierta para resolver los problemas de la comunicación científica

Desde que en el mes de enero pasado el Comité de Emergencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara la situación desencadenada por la COVID-19 como una emergencia de salud pública de importancia internacional (ESPII), el número de investigaciones científicas relacionadas con el coronavirus SARS-CoV-2 se disparó de manera extraordinaria. Fue la reacción de la comunidad científica ante una circunstancia excepcional que requería respuestas rápidas. Sin embargo, la presión por agilizar la publicación de resultados que aporten luz sobre el tema puede estar jugando en contra del rigor científico. Según una investigación publicada en la revista Nature, para los artículos científicos sobre COVID-19 el tiempo medio desde la recepción hasta la publicación se ha reducido a seis días, cuando ese proceso de revisión suele demorarse más de tres meses.

«Lo que ha hecho esta crisis es hacer más evidentes los problemas que ya existían en la comunicación científica, ya que el proceso de revisión por pares (peer review), que es el que da fiabilidad a una investigación, se está encontrando con dificultades», señala Alexandre López-Borrull, profesor de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC. Según explica el profesor, este proceso de revisión lo suelen llevar a cabo otros investigadores de modo voluntario, pero en un tiempo en el que la producción se multiplica con tanta rapidez, es complicado disponer de los revisores suficientes, además de que los que son referentes en la materia tienen menos tiempo para estas tareas porque están llevando a cabo sus propias investigaciones.

«El resultado es que debido a la presión por publicar los revisores que finalmente hacen el trabajo probablemente no sean tan expertos como se requiere. Y si lo que da calidad a la comunicación científica es ese proceso de revisión, que ya no es tan riguroso, tenemos un problema», añade López-Borrull, que también es miembro del grupo de investigación KIMO (Gestión de Información y Gestión del Conocimiento en las Organizaciones) de la UOC.

«Revísame despacio, que tengo prisa»

Como recuerda el profesor de la UOC, las consecuencias de no seguir el lema «revísame despacio, que tengo prisa» pueden ser graves. Algunas decisiones de organismos como la OMS dependen precisamente de los artículos científicos que se van publicando. Pero, además, se puede crear en la población un clima de desconfianza general hacia la ciencia. «Todos necesitamos certezas, y lo que estamos viendo es que en ocasiones se publican artículos que parecen contradictorios, como ocurrió con el uso de las mascarillas o con la toma de determinados medicamentos», comenta López-Borrull.

¿Estamos entonces ante un alud de desinformación científica? La respuesta del profesor de la UOC es que no llegamos a ese extremo. «El proceso de evidencias en el mundo científico va avanzando así: una investigación dice una cosa, otra quizá la contradiga y la verdad es posible que esté en el medio de ambos artículos», afirma Alexandre López-Borrull. Sin embargo, hasta que no lleguemos a evidencias que puedan ser reproducidas, «los científicos tendrían que intentar evitar la presión por publicar rápido, y los medios de comunicación y la sociedad en general, dejarlos trabajar», dice.

Para Ana Sofía Cardenal, profesora de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC, la rapidez con la que se están llevando a cabo los procesos de revisión en investigaciones científicas tiene costes, porque inevitablemente hay más posibilidad de fallos, pero al menos «se siguen cumpliendo unos mínimos. Y, aunque obviamente lo ideal es que el proceso de revisión sea todo lo riguroso posible, la necesidad de publicar rápido también tiene algunas externalidades positivas».

Se refiere a que compartir ese conocimiento es un servicio público que puede aportar mucho a la sociedad porque se conoce todo lo que se está investigando sobre la COVID-19 y cómo se está avanzando. «Lo que no podemos dejar de tener en mente es que son hipótesis provisionales, y posiblemente en estas condiciones son aún más provisionales porque no pasan todos los controles habituales, o no con el mismo rigor inevitablemente», afirma Cardenal, que también es investigadora del grupo GADE (eGobernanza: Administración y Democracia Electrónica) de la UOC.

El peligro de los bulos

Según la profesora Cardenal, la rapidez juega en contra del proceso de verificación, pero aun así las revistas científicas se esfuerzan por no publicar investigaciones que no cumplan los criterios. El verdadero peligro en su opinión es que la información publicada no sea verificada ni pase ningún control, especialmente en situaciones excepcionales como la actual, cuando aumenta la necesidad de información de la sociedad y se piden respuestas y soluciones. «Cuando hay vacíos en el conocimiento, empiezan a circular informaciones que no están verificadas científicamente. Por eso prefiero que una investigación pase un control rápido, aunque sea en un tiempo medio de seis días, a que circule información sin ningún control que incluso los políticos o las administraciones avalan sin que esté verificada científicamente», afirma.

Como ejemplo cita el tuit del ministro de Salud francés, que el 14 de marzo, cuando la pandemia se extendía por Europa, publicó lo siguiente: «Los antiinflamatorios (ibuprofeno, cortisona…) podrían agravar la infección. Si tiene fiebre, tome paracetamol». Unos días después, la OMS desmentía esos efectos negativos relacionados con los antiinflamatorios porque no había evidencia científica al respecto. Algo similar ocurrió en Estados Unidos cuando el presidente Donald Trump dijo tomar hidroxicloroquina a diario para prevenir la COVID-19, tras lo que hubo intoxicaciones.

«Cuando la gente ya no confía tanto en la ciencia porque a veces parece que se contradice, las noticias falsas corren por todas partes, y es que en ese punto parece dejar de importar que la información no sea verificada», recuerda el profesor Alexandre López-Borrull, que cree que las noticias falsas sanitarias seguirán presentes a no ser que el problema se ataje desde las plataformas sociales, se apruebe legislación en contra o pasemos por un proceso de alfabetización mediática con el que aprendamos a cribar información. «En época de desinformación y negacionismo científico va a ser importante avanzar en la llamada ciencia abierta, definida por una mayor colaboración y no competencia, la diseminación de contenidos de calidad de manera rápida y el concurso de la ciudadanía en el progreso científico», señala López-Borrull.

Mientras todo eso llega, algunas instituciones ya han dado pasos para evitar que las noticias falsas sanitarias tengan consecuencias. Es el caso de la OMS, que se ha visto obligada a crear una sección en su web con consejos para la población con el objetivo de frenar bulos. También desde la Unión Europea se intenta combatir la desinformación con un espacio en su web en el que recomienda usar únicamente fuentes autorizadas para obtener información sobre la COVID-19.

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