A veces, en el ruidoso circo de la fama y el emprendimiento, nos encontramos con historias que no solo iluminan, sino que calan en el alma. Historias que se sirven, literalmente, en un plato. Esta es la de una mujer cuyo nombre resuena en círculos de élite, pero cuya esencia permanece anclada en la autenticidad más humilde y poderosa.

Rosa Iglesias es mucho más que un título de Miss. Es un torbellino de gracia y determinación que ha decidido usar su visibilidad para iluminar a las que, según los cánones frívolos de nuestra época, comenzaban a desdibujarse: las mujeres de más de cuarenta años. Desde su formidable creación, la plataforma@elite_women_official, no solo les ha devuelto el protagonismo, sino que les ha tejido alas. Trabajar con gigantes de la talla dePlaytexy otras marcas de reconocimiento global no es un logro empresarial más; es la prueba de que el mercado, por fin, está escuchando la sabiduría, la elegancia y el poder económico de una generación que tenía mucho por decir.

El mundo ha respondido a su labor. Galardones como el prestigiosoPremio a la Excelencia Mundial Cesar Vallejoo los celebradosPremios Europahan reconocido su impacto, colocando su nombre en letras de oro en el panteón de los agentes de cambio social. Sin embargo, hay una faceta suya, una vocación secreta y ardiente, que el gran público desconoce y que es la clave que desvela su verdadero ser: su amor por la cocina.

No es la cocina de los fogones mediáticos, sino la de los reductos íntimos, donde los ingredientes se convierten en metáforas. Donde el azúcar no endulza, sino que consuela, y el fuego no cocina, sino que transforma. Restauradores de renombre en España, hombres y mujeres curtidos en mil batallas gastronómicas, se han quedado en silencio al escucharla hablar de texturas, de aromas, de la alquimia emocional que ocurre entre el cobre de una cazuela y el alma de quien cocina.

Yo fui testigo de esta magia. En el marco de una entrevista, una conversación que pronto trascendió lo profesional para volverse humana, surgió de manera casual la fecha de mi cumpleaños. No le di mayor importancia. Hasta que, al despedirnos, con esa sonrisa serena que lo revela todo sin decir nada, me entregó un pequeño recipiente. "Es algo simple", murmuró.

Era unaCrème Brûlée.

Pero no una cualquiera. Al romper la capa crujiente de caramelo con la cuchara, descubrí una crema de una sedosidad onírica. Y entonces llegó el aroma, sutil y envolvente:agua rosada. No era un perfume, era un recuerdo. Un instante de pura, incontestable felicidad. En ese bocado no solo había vainilla y nata; había empatía, había cuidado, había un "te veo" pronunciado en el lenguaje universal del paladar. Fue un acto de generosidad tan profundo que, les confieso, todavía hoy resuena en mi memoria como el eco de algo perfecto. Fue el postre que no puedo, ni quiero, olvidar.

He entrevistado a premios Nobel, a estrellas de cine, a líderes que mueven los hilos del mundo. Pero la verdadera excelencia, la que deja una huella imperecedera, no siempre se anuncia con trompetas. A veces llega en silencio, con el título de una Miss que rompió su propia corona para fundirla en herramientas de empoderamiento. Otras, se presenta en un modesto recipiente de porcelana, con una crema que sabe a ternura y un caramelo que se quiebra como los prejuicios que ella misma combate.

Su historia nos recuerda que el liderazgo más auténtico no se mide en portadas, sino en las vidas que transforma y en los pequeños, inolvidables actos de dulzura que nos devuelven la fe en la humanidad. Ella no solo potencia la imagen de las mujeres invisibles. Ella, con la simple y abrumadora elocuencia de unCrème Brûlée con agua rosada, nos recuerda a todos el sabor de lo que realmente importa.