Cuando el patrimonio cultural se convierte en carne de cañón

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Cuando el patrimonio cultural se convierte en carne de cañón

La guerra de Ucrania ha vuelto a hacer evidente el incumplimiento de los acuerdos comunes para el respecto del patrimonio y las infraestructuras culturales

La Convención para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado, de 1954, es el marco de referencia en esta materia, pero los retos todavía son numerosos

Sean cuales sean las causas, los resultados de los conflictos armados suelen ser siempre los mismos: conllevan pérdidas atroces de vidas civiles, desplazamientos masivos y violaciones del derecho internacional humanitario y de los derechos humanos. Una de las expresiones de esta última consecuencia es la destrucción del patrimonio cultural, con la voluntad de desmoralizar, humillar y, muchas veces, eliminar completamente al adversario. La guerra de Ucrania ha vuelto a hacer evidente el incumplimiento de los acuerdos comunes para el respecto del patrimonio y las infraestructuras culturales, y ha vuelto a poner sobre la mesa los retos que todavía deben afrontarse en este sentido.

La reflexión en torno a esta cuestión guiará, el 27 de octubre, la primera jornada internacional de la Cátedra Pau Casals de Música y Defensa de la Paz y de los Derechos Humanos, impulsada por la Fundación Pau Casals y la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), que promueve la investigación, el conocimiento, la difusión y el debate contemporáneos sobre la dimensión musical y humanística de Pau Casals y su legado, así como los valores que defendió a lo largo de su vida.

Borrar la huella de una comunidad

Más de 150 lugares culturales han sido destruidos en Ucrania —parcial o totalmente— a consecuencia de los combates desde el comienzo de la ofensiva rusa contra el país. Entre ellos, se han dañado 70 edificios religiosos, 30 edificios históricos, 18 centros culturales, 15 monumentos, 12 museos y 7 bibliotecas, según el último informe de la UNESCO. Es la enésima expresión brutal del concepto de guerra total, con consecuencias directas sobre el patrimonio, de la que la humanidad ya ha sido testigo en innumerables ocasiones anteriores. Bien vivos están en la memoria colectiva los ejemplos de las vulneraciones en el conflicto de los Balcanes (1991), contra los Budas de Bamiyán (2001), durante la guerra de Irak (2003) o, más recientemente, en Siria (2011), por mencionar algunos.

"El principal objetivo de la limpieza cultural es claramente destruir la herencia cultural del adversario o del 'grupo étnico' contrario", señala Jan Hladik, especialista de programas de la UNESCO. "Además, esta destrucción a menudo se ve facilitada por la proximidad geográfica y el conocimiento mutuo de los sitios y del patrimonio cultural, así como de la cultura del adversario", añade. Para Alfons Martinell, profesor emérito de la Universitat de Girona (UdG) y codirector honorífico de la Cátedra UNESCO de Políticas Culturales y Cooperación de la misma universidad, este tipo de prácticas hacen patentes las palabras de George Steiner y Walter Benjamin de que la cultura no está exenta de barbarie, y quieren impedir que las futuras generaciones puedan recuperar la memoria colectiva. "La memoria es una actitud humana de querer saber de dónde venimos y qué ha pasado", dice Martinell, quien señala que es esencial "para construir nuestra personalidad y nuestro presente y, sobre todo, para construir futuros".

Aunque ha sido recurrente a lo largo de la historia, la destrucción del patrimonio cultural ha resultado aún más devastadora desde la introducción de los bombardeos aéreos y las armas de largo alcance. La Primera Guerra Mundial provocó la destrucción de una gran cantidad de patrimonio cultural en Reims, Lovaina y Arrás, entre otros, pero la Segunda Guerra Mundial fue todavía más traumática, debido a la naturaleza regular de los bombardeos, la exportación de bienes culturales de los territorios ocupados y, por supuesto, el alcance geográfico y la duración del conflicto.

Desde la Segunda Guerra Mundial se han aprendido muchas lecciones importantes, como "la necesidad de adoptar medidas preparatorias en tiempos de paz para proteger el patrimonio cultural —como el establecimiento y la actualización periódica de inventarios del patrimonio cultural mueble e inmueble—, la formación del ejército para respetar el patrimonio cultural, la introducción en los códigos penales de sanciones por delitos contra el patrimonio cultural y el procesamiento de las personas físicas que han cometido u ordenado delitos contra el patrimonio cultural", resume Hladik.

La culminación de estas consideraciones fue la Convención de La Haya de 1954 para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado, que pasó a considerar el patrimonio cultural como un bien de la humanidad y que hoy en día es el marco de referencia en esta materia. "Es fundamental proteger los bienes culturales porque no son solo un patrimonio de un grupo específico o de una nación —aunque a menudo quieran identificarse con ellos y a pesar de que su destrucción sea un instrumento para herir al enemigo—, sino de toda la humanidad. Si solo fueran bienes particulares de cada cultura, también habría que preservarlos por un principio de respeto y tolerancia; pero son mucho más: son un legado permanente de la experiencia de todo el mundo", apunta el historiador Joan Fuster-Sobrepere, director de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC y codirector de la Cátedra Pau Casals de Música y Defensa de la Paz y de los Derechos Humanos, a modo de resumen del concepto fundamental que guía el texto. "Cada cultura y cada testimonio del pasado son únicos y no pueden ser sacrificados por una generación en sus querellas", añade.

Las deudas y los retos en materia de protección del patrimonio

En este contexto, ¿cómo puede fomentarse la solidaridad internacional y mejorarse la respuesta colectiva para asegurar la protección del patrimonio? Según Hladik, la mayor parte del trabajo pasa por la concienciación de la población.

En la misma línea se expresa Fuster-Sobrepere. "Es importante revalorizar la declaración de 1954, darla a conocer. Hay que sensibilizar a la población en los valores del respeto y la tolerancia, así como impulsar la cultura de la paz y los derechos culturales de las personas. Es necesaria una oposición firme a las ideas supremacistas, y hay que evitar que crezcan dentro de nuestras sociedades", considera el experto. "No se puede ser demasiado optimista sobre la posibilidad de que en una guerra se respeten ciertas reglas y límites, pero en último término es necesario que la opinión pública conozca estas reglas de respeto y se movilice para hacer que se cumplan", añade.

"Más allá de convenciones, de acuerdos y del derecho internacional, está la sensibilidad de toda la población por la que esto debe conservarse y protegerse", afirma Martinell en la misma línea. "Creemos que desde la Cátedra Pau Casals de Música y Defensa de la Paz y de los Derechos Humanos podemos ofrecer este espacio de reflexión y estas propuestas de cara al futuro", concluye.

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