El Espacio AV acoge una muestra de la artista Francesca Woodman que incluye un centenar de fotografías y su producción videográfica

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El Espacio AV acoge una muestra de la artista Francesca Woodman que incluye un centenar de fotografías y su producción videográfica

El consejero de Cultura y Turismo, Pedro Alberto Cruz, presentó hoy ‘Francesca Woodman. Retrospectiva’, exposición que permanecerá en el Espacio de Artes Visuales desde mañana y hasta el 17 de mayo. Cruz estuvo acompañado de Marco Pierini, comisario de la muestra junto a Isabel Tejeda. Realizada en coproducción con SMS Contemporanea de Siena y con la colaboración del Estate of Francesca Woodman, la muestra recoge alrededor de un centenar de fotografías junto a su producción videográfica.

El trabajo de Woodman suma un archivo de unas 800 fotografías realizadas desde comienzos de la década de los setenta hasta 1981, de las cuales sólo unas 120 han sido mostradas en exposiciones. ‘Francesca Woodman. Retrospectiva’ rescata una veintena de fotografías inéditas que, junto a la incorporación de sus obras en vídeo, constituyen una de las muestras más representativas de la trayectoria de la artista.

Con motivo de la exposición se publicará un catálogo ampliamente ilustrado que recoge ensayos a cargo de Marco Pierini, comisario de la retrospectiva, y los críticos y teóricos Mieke Bal, Rosalind Kraus y Fernando Castro Flórez.

Francesca Woodman

Hija y hermana de artistas, Francesca Woodman llevó a cabo sus primeros trabajos fotográficos a la temprana edad de trece años, ingresando a los diecisiete en la Rhode Island School of Design (Providence), donde recibió la enseñanza de maestros de la fotografía moderna como Aaron Siskind. De marcado carácter autobiográfico, sus fotos muestran el cuerpo de la artista o de mujeres cercanas a ella en escenarios melancólicos, habitaciones en las que retrata la soledad, el olvido y el paso del tiempo. Su obra no estaba destinada a producir espectáculo sino intimidad, al expresar el desasosiego, el miedo y la angustia, indagando en la ausencia del cuerpo. Todo su trabajo muestra la ansiedad por mimetizarse, por desaparecer y perderse en escenas cargadas de soledad que a la vez brillan rodeadas de un aura: la luz del atardecer, de la despedida, de lo que acaba. En la mayoría de sus fotografías, aparece convertida en sombra, cubriéndose con el papel pintado de la pared, sucia de barro, ocultando su rostro, camuflada como parte del mobiliario, borrosa y fuera de foco. Imágenes delicadas en las que el empleo de motivos y recursos muchas veces extraídos de la historia del arte, y muy particularmente de la tradición fotográfica moderna, ven desplazado su sentido mediante la perturbadora intervención del cuerpo de la artista y su relación con el espacio que lo circunda y objetos que actúan como fetiches.

Con frecuencia objeto de sus fotografías a la vez sujeto “detrás” de la cámara, las estrategias que Woodman emplea la distancian de otras artistas que emergieron en la década de los setenta, como Hannah Wilke, Eleanor Antin o Ana Mendieta, para las cuales la foto funcionaba como el registro documental de sus acciones. Si en su trabajo puede apreciarse también un interés en el proceso y una exploración de la identidad y la subjetividad junto a un cierto componente performativo unidos a la serialidad y la repetición, Woodman llevaba a cabo escenas enteramente planificadas para la cámara, muy conscientes de las especificidades del medio fotográfico. Algo que, en opinión de uno de sus principales estudiosos, Chris Townsend, revela un esfuerzo crítico deliberado hacia la fotografía y sus condiciones formales comparable al efectuado por artistas Gordon Matta-Clark con la arquitectura o Richard Serra con la escultura.

La prematura muerte de Francesca Woodman a los 22 años de edad truncó una trayectoria breve pero de una intensidad extraordinaria. En 1986 se organiza la primera exposición retrospectiva tras su muerte, fecha desde la que no han dejado de celebrarse nuevas muestras en torno a aspectos particulares de un trabajo que ha sido reivindicado tanto por críticos como Rosalind Krauss o Benjamin Buchloh como por artistas de generaciones posteriores.

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