A veces todo llega tarde

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A veces todo llega tarde

Cuando cumples los cincuenta tienes la sensación de que todo, sea lo que sea, llega tarde a tu vida, incluso la menopausia. Y es que, ya empieza a sobrarte casi todo. 

Supongo, que esta sensación también dependerá de quien seas y de la vida que hayas llevado. No son lo mismo los 60 de Agatha Ruiz de la Prada que los 60 de mi amiga Lola. Y no porque la primera haya pasado por el bisturí y la segunda no, sino porque si algo sabes a los 50 es que las penas con pan son menos.

Cuando uno tiene dinero y tiene un problema, se encargan otros de solucionarlo. Tú sufres, pero de otra manera: vas al masajista porque estás estresada, te vas un fin de semana de hotel porque necesitas desconectar… y todas esas cosas que la mayoría social a la que yo pertenezco ven en las películas porque cuando tienen un problema, se suma al trabajo de cada día sea cual sea, a los problemas acumulados de todos los días y a la falta de tiempo hasta para pensar.

Cuando tienes los 50 ya sabes que el 90% de los que te rodean no son lo que creías: Unos porque el tiempo nos cambia, otros porque han nacido para ser políticos y muchos, al menos en mi caso, porque su evolución es inversamente proporcional a la tuya. Es decir, te vienen a plantear cuestiones que resolviste a los treinta o, lo que es peor todavía, ni te plantean cuestiones.

A los 50 sabes que la política, en la que creías a los 18, se convirtió en la herramienta de psicópatas que no tienen más ambición que poder y dinero. Seguramente, si Coppola dirigiese ahora “El Padrino” los personajes serían otros. 

A los 50 los hijos recorren su vida y no la tuya, los padres han fallecido o están en ello, empiezan a aparecer pastillas en tu mesilla y ya has probado la sangre amarga de la muerte de varios amigos que se fueron demasiado pronto.

También están los otros. Los de la otra vida paralela. Esos que a los cincuenta sacan músculo en el gimnasio porque tienen tiempo y dinero para ello. Que se compran modelitos uno detrás de otro para lucirlos en manifestaciones en protesta por el cambio climático. Que hacen deporte como locos por la naturaleza recorriendo en bici, moto, avión o lo que sea, los parajes más exóticos ataviados con todas las prendas y complementos que saca la moda deportiva, incluidos los tipos de comida bio-energéticos. 

Esos, que van a yoga, meditación y congresos de gesto no sé qué para encontrarse a sí mismos y el sentido a la vida en busca de teletransportarse a otro mundo hechos sílfides sin pasar por la muerte.

Están también los que a los cincuenta experimentan una apertura mental sin precedentes y tienen en su haber la solución a todos los problemas; se convierten en consejeros de quienes ni les preguntan y logran trasvasar sus complejos y traumas para posicionarse sexualmente donde haga falta. Es lo que se lleva y, seguramente, es lo más sano para la mente o para el cuerpo (no sé muy bien qué pensar al respecto).

Luego están los que están hasta los cojones de todo. Que les importa un pimiento morrón lo que hace su vecino. Que saben que cada cual aprende de su vida, no de la de otros. Que muy pronto aprendieron que la muerte es un hecho para todo el que vive y que lo que haya detrás da lo mismo porque sea lo que sea es para ti. Que, precisamente por eso, lo que importa es lo que sabes: Que la vida es mitad lo que te toca y mitad lo que eliges y que no hay nada como conversar con alguien que a los cincuenta sepa ya si le gusta más la sardina o el boquerón.

Esos que a los cincuenta hace años que se encontraron, se abrazaron y asumieron que las arrugas aparecerían pero que siempre se enamorarían de una puesta de sol, un buen libro, un rico vino y una buena conversación.

Yo, a los cincuenta, gracias a mi Dios, encontré al hombre de pelo en pecho que me enganchó,  me sigue faltando tiempo para hacer todas aquellas cosas que quiero hacer y tengo la mesilla llena de sueños que quiero cumplir.

A los cincuenta sé mucho más que a los 40 y, sobre todo, sé que voy a seguir aprendiendo. A los cincuenta me quedan pocos complejos y miro más de frente que nunca porque lo que pienso, siento y digo está lleno de experiencia, reflexión y humildad.

A los cincuenta no quiero ser más joven, quiero tener tiempo para ser más yo y estoy repodrida de las técnicas conductivistas que nos alinean a todos para que cuando nos den la galleta levantemos el pie.

A los cincuenta me entra sudor frío cuando escucho al político de turno llenar la lengua de un montón de vocablos para confundirnos aún más, como si esta sociedad no estuviera repletica de ríos de gente confundida y navegando sin rumbo.

Que ganas tengo de cumplir los 60 a ver si el vino me aturde más y tengo más tiempo para escribir estupideces como esta, que no veas lo que me relajan.

Carmen Martínez Aledo

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