La efímera memoria

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La efímera memoria

Duros días los que vivimos por las cifras mortales que, cada mañana, despiertan nuestros miedos que andaban escondidos tras las falsas fronteras de la tranquilidad. Pensábamos que las amenazas llegaban en patera, con otro color de piel y otra forma de ver el mundo. Por eso, reforzamos en altamar las defensas de nuestra patria, para impedir que llegaran quienes amenazaban con quitarnos nuestro trabajo, nuestras casas, nuestras cosas. Reforzamos las fronteras, aún a costa de miles de muertes sin nombre que se ahogaban (que se ahogan) en la más cruel de las infamias. Pero la amenaza llegó en silencio. Penetró en avión, en tren, en barco, en coche, en autobús,… Llegó como polizón invisible a arrebatar nuestro bien más preciado, que no es la patria, sino la vida.

Y ahora nos guarecemos, obligados por el Estado (de alarma) y nuestros miedos, en un confinamiento con fin indeterminado e incierto. Permanecemos en nuestras casas, porque la situación así lo requiere, y rebuscamos, tras este parón forzado y forzoso, lo mejor que queda de nosotros, de nosotras. Todo aquello que negamos a quienes, desde las fronteras, gritaban porque venían de miedos peores, ahora lo mostramos desde la intimidad de nuestros hogares. Salimos a las ocho, a las nueves, o a la hora que haga falta, para dejarnos la piel de las manos en sonoros aplausos y así mostrar nuestra solidaridad con quiénes hacen de frontera con un enemigo invisible, y se juegan la vida para que el resto conservemos la propia. Ahora aplaudimos a aquellos que antes fueron denostados, porque lo que hacían no era tan importante dentro de nuestro tranquilo mundo amurallado: sanitarios, personal de limpieza, agricultores, camioneros, cajeras, profesionales de los cuidados, de la educación, del arte, de la cultura, etc. Ahora son héroes y heroínas.

Pero corta es la memoria y largo el olvido. No sabemos lo que durará la cuarentena, lo que sí sabemos es que será dura y dolorosa. Y las muestras de solidaridad se sucederán porque en los peores momentos surge la humanidad que creíamos perdida. Sin embargo, me pregunto cuánto durará esta euforia colectiva y patria. Cuando finalice el estado de alarma y se levante el confinamiento, ¿alguien se acordará de pedir una mayor inversión en sanidad pública y votará las posiciones políticas que la defiendan?, ¿alguien se sumará a las manifestaciones de agricultores, camioneros, personal de la limpieza, trabajadoras y trabajadores de la alimentación, profesorado o profesionales del arte y la cultura?, ¿alguien solicitará la derogación de la reforma laboral para que las condiciones de estos profesionales estén acordes con el papel social y humano que desempeñan?, ¿alguien se acordará que, en estos días que nos susurra la muerte su presencia, la sanidad pública es la que está dando la cara mientras que la privada esconde la cabeza en la caja de los caudales priorizando la pecunia sobre la vida?, ¿alguien recordará que la gran pérdida de esta crisis humanitaria la está sufriendo la memoria viva de nuestra historia: las personas mayores?, ¿alguien reivindicará el refuerzo del sistema de pensiones y la inversión en la mejora de la atención a persona dependientes? Sinceramente, lo dudo. Desvanecido el peligro, la euforia colectiva de solidaridad se esfumará más temprano que tarde y volveremos a nuestra tediosa y estresada vida sin haber aprendido nada. Ojalá y me equivoque.

Juan Antonio Martínez

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