Figuras y figurones. España

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Figuras y figurones. España

España —ese crisol de civilizaciones que ahora algunos quieren destruir, ignoro si para debilitarla y hacerla suya o por envidia enconada a su pasado esplendoroso y sobre todo inmediato— se encuentra en un dilema temible. Aquí se mezclaron griegos, fenicios, judíos, romanos, visigodos y árabes cristalizando una convivencia, no siempre pacífica, de riqueza cultural innegable. Su Historia (incluyendo la Edad Antigua) abundante en aciertos y errores, santos y herejes, héroes y cobardes, caballeros y pícaros, no creo que tenga parangón con ningún país occidental. Si el Medievo fue trascendental, la Edad Contemporánea significó, más allá del Siglo de Oro cima literaria y plástica, el comienzo de su decadencia imperial que consumó el siglo XIX con la pérdida de Cuba y Filipinas. Sin embargo, los efectos sísmicos llegan, cada vez menos virulentos, hasta nuestros días.

Pese a estar marcados por tres guerras atroces: Cuba, Marruecos y Civil, a cuyo adeudo hemos respondido de forma despreciativa, indolente, tengo plena seguridad en que cualquier infortunio será sinónimo de esfuerzo generoso para conseguir una victoria ilusionante. Hoy nos enfrentamos con la peor realidad de los últimos tiempos: el poder político y mediático ha caído en manos de auténticos desaprensivos, sujetos que anteponen intereses bastardos sobre la democracia y el bien común. No olvido, ni mucho menos, esa cuota de abandono acomodaticio que exhibe un alto porcentaje de ciudadanos. Alguien pudiera justificar tanta irresponsabilidad echando culpas al sistema educativo que se puso en marcha treinta años atrás para configurar el pueblo acrítico, sumiso, acongojado, impertérrito, que languidece ante este desafuero bochornoso.

Sí, cuarenta años de vida docente me dan autoridad moral para afirmar que el sistema educativo sirve al poder cuando potencia una sociedad necia, amorfa, selvática. Tenemos una educación huera, baldía, que produce individuos incívicos, irreflexivos; sin pies ni cabeza. He aquí alguna de las razones por las que “gozamos” un gobierno de mendaces, arribistas, cantamañanas e inútiles; con muchas evidencias, pero —por la sola exigencia jurídica— presuntamente ladrones. No consuela que el mundo occidental (ese que denominamos, tal vez irónicamente, con socarronería, civilizado) contenga sociedades desilusionadas o indigentes. En este caso, ”mal de muchos, consuelo de tontos” puede considerarse aforismo falso o excepcional. Aunque políticos foráneos superen los modos de nuestros prebostes, ni mis ojos ni mi voluntad me permiten ver tan lejos.

Invocado, de forma tangencial, el pueblo español, me centraré en un grupo nocivo: los medios. Cualquier democracia seria, rigurosa, pura, cuenta con tres poderes autónomos, libres: legislativo, ejecutivo y judicial. Aparte, como cuarto poder supervisor, equilibrante, concurre o debería la prensa. Resulta raro, pero también sugerente, escuchar noticias sobre asesinatos de periodistas luchando por derechos y libertades humanos, amén de la justicia. Parece información fraudulenta, pero no; se da en otras latitudes o naciones. Desconozco si España forma parte de un “archipiélago privilegiado”, rastrero, o se bate sola en la ignominia. Sé que ahora está rendida al alago, con amplios ribetes crematísticos, del gobierno social-comunista. Antes, con Rajoy admitió, tragándose presuntas corrupciones, rescates groseros de una vicepresidenta heterodoxa, apóstata.

Deduzco cierta divergencia de objetivos entre los medios (sus propietarios) la élite y los periodistas del montón. A los dos primeros les importa la pasta y el reconocimiento adulterado. Al montón le importa disfrazarse de un prurito progre; disfraz al que no hace ascos, si es preciso, ninguno de todos. Hoy los medios, principalmente audiovisuales, son la primera fuente de formación política masiva. ¿Manipulan todas las siglas? Sí, pero nadie lo hace como los partidos marxistas que ambicionan conseguir los planes de Gramsci sobre “hegemonía cultural” para dominar naciones.

La corrupción de la mente social alcanza niveles escandalosos. Renovar el CGPJ y los mensajes de odio son platos continuos en televisiones, radios y prensa “progres”. Admirable que la Sexta airee cualquier ataque homófobo, presuntamente perpetrado por gente “ultra”, pero no tiene excusa que calle el artículo de Iglesias acompañado de una pistola nazi o que silencie expresiones extemporáneas, odiosas, de prebostes de UP contra PP y Vox. Si la pistola hubiera tenido una autoría pepera o voxera, la mencionada cadena hubiera tenido un mes de programa por el que hubiera pasado toda la “moderación” izquierdista y legitimadora. El periodismo, aquí y ahora, se nutre y alimenta de corrupción dañina, tóxica, nefasta para una democracia plena; no lo es, aunque se tilde democrático tampoco, por más que lo diga, el gobierno que le paga. Medios y ejecutivo tienen como única defensa un buen ataque. Lamentable y escandaloso en ambos casos. ¡Ay! Europa.

Rubalcaba marcó la frontera del engendro: “España no merece un gobierno que mienta”, afirmó en momentos difíciles. Lo repito, España se va al garete bajo el engendro aberrante que algunos llaman gobierno. Más allá del misterio y oscurantismo, con que humilla a la oposición y al pueblo soberano (el Parlamento lleva meses inactivo), el mix gubernamental, a cuya cabeza despunta Sánchez, hace de la mentira persistente su modo de vida. Con certidumbre, apenas conocemos cuántos han muerto por el coronavirus, cuál es la situación real de nuestra economía y qué pasa con los órganos de poder Judicial. Han asegurado, asimismo, que los culpables de todo son Vox y su blanqueador PP. Otra mentira evidente, tan creíble como si hubieran acusado a Viriato.

A Sánchez le domina un deseo en su deriva totalitaria: someter al poder judicial. Parece que ni la oposición y menos aún los órganos judiciales dan muestras de concedérselo. Presumo que el revés le ha trastornado su organigrama neuronal y llega a proponer, junto a una pléyade de siervos, soluciones propias de atajos antidemocráticos, ilegítimos, absurdos. Sánchez sugiere que los vocales “progres” del CGPJ dimitan para presionar a Casado al objeto de continuar con el tejemaneje político de la justicia. Socialistas con carnet o de vocación, adscritos a medios simpatizantes o comprados, argumentan que los jueces no pueden elegir a jueces porque la soberanía reside en los representantes del pueblo. ¿Por qué no elegirlos directamente el pueblo?, pregunto. ¿Hay algún inconveniente para que los ciudadanos escojan, de forma inamovible, Tribunal Constitucional y CGPJ?  ¿A que Sánchez y sus siervos no acceden? Todo el mix anida solamente populismo y demagogia, pero teme auténticos impulsos democráticos. Vean si no. ¿Libertad?, ni hablar; presumir, es carecer.

Manuel Olmeda Carrasco

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