¡Felices Navidades!

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¡Felices Navidades!

El mundo cristiano, la gente de buen corazón y, en general, muchos españoles hemos puesto ya el belén, el árbol y han empezado a sonar en nuestras casas los grandiosos villancicos, todo ello, a pesar de los nubarrones ideológicos que nos vienen por los cuatro costados.

Como una tradición más añadida a las Navidades vuelve cada año por estas fechas la pretensión de erradicar del espacio público los signos cristianos que evocan lo que estamos preparando y a celebrar en breves días. En países de antigua tradición cristiana, en nombre de lo “políticamente correcto” se desea imponer unas fiestas más que desangeladas, es decir, sin ángeles ni pesebres, no llegue el momento que vayamos a molestar a alguien. Se admiten los paisajes nevados, las luces de colores y los renos de Santa Klaus. Eso sí, nada de referencias religiosas. Ahora hemos introducido el “Felices Fiestas por el Felices Navidades! Toda una majadería al completo.

Los laicistas alérgicos a los villancicos populares y a las figuras de belén aseguran que les mueve el respeto a las minorías religiosas y culturales. Lo bueno del asunto es que a los miembros de esas minorías no les molestan en absoluto los símbolos cristianos de la Navidad. Al contrario, se alegran al ver en el espacio público un signo de religiosidad, aunque sea la de otros. Escribía un abogado musulmán en prensa, hace algunos años lo siguiente: “la tendencia a descristianizar la Navidad no favorece la tolerancia ni el diálogo entre culturas”. A las minorías religiosas les interesa que se respete y proteja el derecho a la expresión religiosa. Y este, desde luego, es un derecho que corresponde también a las mayorías. Hoy por hoy, nuestro Gobierno español ni la UE son incapaces de entenderlo.

Una campaña en contra de la “Navidad” y a favor de las “Fiestas” es más propia del ateísmo radical que de los musulmanes. Muchos de ellos, el mundo musulmán, desea mantener el sentido cristiano de la Navidad precisamente en nombre de la tolerancia. La idea de restringir las expresiones religiosas les resulta mucho más ofensiva que cualquier signo navideño. He oído de sus labios las siguientes declaraciones: “ Las sociedades tolerantes se construyen desde el mestizaje cultural y desde el encuentro de las distintas expresiones religiosas, celebraciones incluidas”, por tanto, negar el espíritu cristiano en Navidad o, peor incluso, suprimirlo, no ayuda a nadie. No es multiculturalismo y es simplemente anticulturalismo.

También, otros países con cierto complejo, se han propuesto que escuelas o municipios suprimiesen villancicos o signos religiosos para no molestar a otras religiones. En The Washington Post salía hace poco el siguiente comentario: Los intentos de descristianizar las Navidades son tan absurdos como implacables. Estados Unidos es hoy la sociedad más tolerante y diversa de la historia. Celebra todas las religiones con un corazón y una mente tan abiertas, comparada con los más avanzados países europeos, es única”. ¡Qué razón lleva!

Esta diversidad lleva incluso a magnificar otras fiestas no cristianas. A los pocos padres que quieren prohibir los villancicos en las escuelas porque temen que sus hijos puedan sentirse “diferentes” e “incómodos” si oyen canciones cristianas se les podría preguntar: ¿Qué identidad religiosa tan frágil han legado a sus hijos si temen que se vea amenazada por oír villancicos?

En la laica Francia, la lucha contra el velo islámico en la escuela lleva a algunos a ver signos religiosos incluso donde no los hay. En uno de sus Lyceos, donde todos los años se había puesto un árbol navideño en el vestíbulo, dos alumnas fueron a protestar por la presencia de tal signo que, en su opinión, contradecía el principio de laicidad. El director del centro, para evitar conflictos, retiró el árbol. Numerosos alumnos protestaron y pusieron por su cuenta un árbol en el patio y lo engalonaron.

Para zanjar el conflicto, un grupo de profesores tuvo que preparar un comunicado en el que se recordaba a los alumnos que “la utilización del abeto como símbolo de vida o de renacimiento, después del solsticio de invierno, es mucho más antiguo que el cristianismo”. Se ve que no está mal estudiar religión en la escuela. El abeto expulsado volvió al comedor, para decorar la tradicional comida de Navidad.

La que no tiene el menor complejo antinavideño fue la ministra italiana Leticia Moratti, que dirigió una carta a todos los directores de escuela animando a que se mantuviesen los símbolos de Navidad en los centros escolares. La ministra recordaba que, “junto a la Navidad que nos recuerda el nacimiento de Jesús, nacido en una gruta para traer a la tierra un mensaje de amor, el amor más sublime, el amor a todos, también al que es distinto, lejano, a quien no ama, el amor más extremo llevado hasta el sacrificio de la muerte”.

“El significado de la Navidad, tanto para el creyente como para el que no lo es, es este mensaje del valor universal del amor, de aquel amor dispuesto a dar todo sin pedir nada”, ello seguía diciendo la ministra italiana, ¡ Menuda Ministra”. Si se trata de respetar las identidades culturales, hemos de pensar que sin respetar nuestra historia, la de Europa, la de España, nuestras raíces, no podemos comprender y respetar los valores de quienes tienen una historia distinta de la nuestra, ¿no lo creen?

No hemos de quitar el símbolo del amor de la vida de nuestros estudiantes, sino ayudadles a través del belén a comprender su importancia y a vivirla en su más profundo significado, el más verdadero, el más puro. Suponemos que el mundo progre, relativista y nihilista de España está en desacuerdo total a fecha de hoy. Ya, también, en tiempos del Sr. Rajoy teníamos la misma serenata, la misma cantinela. Felices Navidades.

Mariano Galián Tudela

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