Si la derecha desaprueba, malo; si la izquierda aplaude, peor

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Si la derecha desaprueba, malo; si la izquierda aplaude, peor

Hay ocasiones en que se hace imprescindible acudir a las esencias para encontrar respuestas que despejen equívocos vertebrales del acontecer social. A poco de elecciones autonómicas en Castilla León, previsible ensayo de las andaluzas e incluso nacionales al finalizar el año, irrumpen sucesos cuyo tratamiento merece especial cautela siempre, más cuando la coyuntura aconseja un tacto exquisito. El azar ha querido cebarse con dos jóvenes, uno de quince años, muertos por la insensata acción de bandas juveniles adscritas a una rivalidad aparentemente insustancial. Los lances ocurrieron en Madrid y ello llevó a Ayuso a solicitar mayor presencia policial para paliar, al menos, el aumento eventual de inseguridad. Lo ocurrido después recuerda el debate grosero, cretino, de dos conejos a los que perseguían galgos, según uno, y podencos al parecer del otro.

El episodio que nos ocupa tuvo dos protagonistas rigurosas, indómitas, opuestas al carácter tranquilo, apacible, de aquellos simpáticos animales. Resultó que Rocío Monasterio, portavoz de Vox en la Asamblea madrileña, atribuyó a la inmigración ilegal relevancia notable, si no única, en esas bandas denominadas clásicamente “latinas”. Ayuso respondió argumentando que sus miembros nada tenían que ver con un origen determinado, añadiendo: “algunos pertenecen a la segunda generación y son tan españoles como Abascal, usted o yo”. Semejante respuesta mereció el aplauso general de toda la izquierda; esa que no desaprovecha ocasión para despellejar (básicamente sin motivo como se comprueba a posteriori) a la presidenta. Cualquier roce entre PP y Vox significa el goce eterno, espurio, de Sánchez en La Moncloa. He aquí la razón de tanto regocijo.

Convendría que esas fricciones fueran desapareciendo con inteligencia, contemplando el menosprecio hacia aquellas etiquetas engañosas a una sociedad que día a día advierte el abismo entre patraña y realidad. Haríamos bien en aprovechar lecciones juiciosas que ofrecen las fábulas de Iriarte y Samaniego. Viene al caso: “Guarde para su regalo esta sentencia de autor, si el sabio no aprueba, ¡malo!; si el necio aplaude, ¡peor!”. Durante una semana, al menos, todos los medios —con delirio el de referencia, La Sexta— se dedicaron a ensalzar de manera inaudita, estentórea, asimismo interesada, la elocuencia de Ayuso. Que esta enemiga tenaz del sanchismo (una Juana de Arco rediviva) merezca aclamaciones por parte de quien pretende su descrédito absoluto, es cuanto menos extraño si no evidencia júbilo libidinoso ante presuntas fricciones PP-Vox.

Se percibe, no obstante, cierta empatía entre ambas políticas llamadas a ocupar puestos estelares en sus respectivas formaciones. Carecen de complejos, engendro que aprovecha nuestra izquierda (generalmente radical, totalitaria), incluyendo el sanchismo, para señalar extrema derecha a Vox y aledaños. Ignoro qué brebaje suele tomar el Comité Ejecutivo del PP cuando todo un conjunto se “acongoja” (léase otro vocablo popular) porque le cuelguen sea cual etiqueta. Comprendería que individuos pusilánimes sufrieran angustia cobarde, pero referido a grupos hipotéticamente solventes es inconcebible. El sanchismo, una banda poco democrática de charlatanes y vividores, potencia cualquier receptividad política y social para mantener el poder a poco que las urnas hablen indefinidas. Ahora mismo, Vox es descrito incluso a nivel ciudadano como una ideología tiránica, agresora, perversa. Comunicadores varios llaman a Podemos izquierda y a Vox extrema derecha. ¿Conocen la Historia o están vendidos? Respondan ustedes.

Insisto, si Casado no se deshace de Teodoro García Egea jamás presidirá ningún gobierno. Si, al final, lo envía a casa probablemente tampoco. Le falta consistencia, valentía y provisión. La respuesta dada (en aquella moción presentada por Vox) directamente a Abascal, exhibió tantas carencias que quedó inhabilitado a futuro. Dicho cúmulo de deficiencias le empequeñece ante Ayuso —inclemente con el rival infame— llevándole a cometer error tras error. Creo, además, que emplea o permite trucos desleales con sus barones pensando siempre en beneficio propio. Cuando alguien manifiesta espanto a perder un crédito que no demuestra en forma y manera, es que lo tiene ya perdido. Cualquier acción cuyo objetivo sea retrasar tal evidencia, acarrea un mal irreversible al país y al propio partido.

Convengamos primero algunos cotejos históricos incuestionables. Fascista y antifascismo fueron conceptos acuñadas por comunistas, españoles e internacionales, en la Guerra Civil y postguerra. Coincidiremos en que “nazismo” y “comunismo” sintetizan cualquier visión extrema de la política en aquella época. Pues bien, como premisa, Mussolini y Hitler (padres de aquellos excesos) surgieron del socialismo italiano y alemán. ¡Qué decir de Stalin! Hay un hecho todavía más ilustrativo: el veintitrés de agosto de mil novecientos treinta y nueve —días antes de empezar la Segunda Guerra Mundial— se firmó el pacto Ribbentrop-Mólotov entre Alemania y Rusia. ¿Fue un pacto fascista o antifascista? Tales virajes constituyen componendas de la extrema izquierda ante sociedades iletradas. Así consiguen un poder inscrito al miedo, cincelado a golpe de retórica bastarda, elemento motriz del acontecer humano.

Me sorprende que personas con sentido común, sensatas, den oídos al sambenito colgado a Vox de partido abominable, satánico, capaz de las mayores crueldades imaginables. Millones de españoles conciben absurdamente sus presuntas lacras. Hasta donde yo sé, fascismo y nazismo fueron sismos genuinos de un pasado irrepetible que algunos aprovechan de forma tremendista y miserable. Excluyo un partido de extrema derecha en sentido diabólico. Sí como posición ideológica respecto a otra anterior; es decir localizada en un espacio ordenado. Sin embargo, han existido y existen partidos de extrema izquierda con terrible proceder moral y social. Desde luego, constriñen la libertad metafísica del individuo porque impulsan una ideología opresora.

Hemos llegado a un punto donde el lenguaje sufre oscuras transformaciones debido a artimañas admitidas maquinalmente. Doctrinas totalitarias cuyo asiento natural es la dictadura, pasan a ser garantes tediosas de exquisitez democrática. Por el contrario, idearios liberales, defensores de la dignidad e igualdad del individuo, son considerados perversos, contraproducentes, para una convivencia pacífica. Se llega así a la fase álgida en que los farsantes realizan su siembra nociva, nefasta. Al ciudadano le queda como opción lucrativa defenderse de forma titánica con análisis censores, políticamente (in)correctos, mientras saca a relucir una rebeldía justa, imperativa, acusadora.

Mientras la derecha, situada en cualquier tramo del espacio propio, gasta energías en conflictos de pedigrí genético, la izquierda dictatorial (incluido el sanchismo) abriga notables probabilidades de repetir legislaturas eternamente porque acepta cualquier apoyo sin exigir certificado previo de buena conducta. ¡Ojo al dato!, que diría aquel. Sánchez exige al PP romper con Vox en toda España si quiere la abstención del sanchismo —que no PSOE— en Castilla y León. ¿Broma o estupidez? Me inclino por lo segundo.

Manuel Olmeda Carrasco

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