Barruntos y talanqueras

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Barruntos y talanqueras

Que no está el horno para bollos lo aprecian tres, sabedores del aspecto que presenta el país, y millones —incapaces de llegar a final de mes— que lo sufren por experiencia. Esos tres saben, además, que en breve el BCE dejará de comprar deuda pública y España, sobre todo, conocerá la miseria absoluta. El rosario de mentiras que estos miserables, con ayuda criminosa e inestimable de los medios, han lanzado a la población debería tener consecuencias económicas y penales. Las infracciones del derecho, de la ética y de la vergüenza, las iré desmenuzando dentro de unos meses cuando Cronos descubra, sin posibilidad de elusión, el daño inmenso que están haciendo a los ciudadanos capaces de soportar carros y carretas sin tomar las medidas que el caso merece. Estos farallones inmundos contaminan más con la bufonada que con su ineptitud manifiesta. 

Barrunto entendemos por prever, conjeturar o presentir algo por alguna señal o indicio. Talanquera es cualquier lugar que sirve de defensa o reparo. Tampoco desentonaría si en vez de lugar utilizáramos el vocablo “propósito”. Esta caterva que se ha hecho con el poder y decide los designios de España —incluso denominándose PSOE, que no lo es— jamás fue homologada con la socialdemocracia europea, casi desaparecida en el continente con la excepción de cuatro países menesterosos y el revivir insólito en Alemania. Como táctica vital, han hecho morder el polvo a las denominaciones originales, otorgándoles nuevas etiquetas esperando que los respectivos señuelos den frutos. Aquí se llama “sanchismo” y en Francia, la parte que corresponde a Macron “En marcha” y la de Mélenchon “Francia insumisa”. Ambos hitos de Hollande. ¡Qué rastro no habrán dejado!

Barrunto, y conmigo decenas de personas que analizan cualquier situación política o económica, que estos torpes listillos nos mienten de forma habitual. Falsean el PIB, la Deuda Pública e incluso el déficit; todo ello tan integrado que un dato ficticio hace indefendible el resto. Y es fácil porque el PIB siempre es nominal y esa circunstancia permite alterarlo discretamente. Casi todo el mundo se pregunta el porqué del caos visto con los veinte céntimos que las gasolineras tenían que descontar a sus clientes con lo fácil que hubiera sido una bajada del IVA. Dos razones: bajando el IVA hubiera bajado el PIB (por tanto, subida del porcentaje de Deuda y déficit sobre PIB) y la bajada no hubiera sido lineal. Con este chanchullo, sube el PIB ahora, las gasolineras deben pedir préstamos que implicarán más gasto (subida de PIB) y luego la Administración pagara, cuando pague, con más subida de PIB. Pese a tanta triquiñuela, Deuda y déficit están por las nubes.

Dos nubarrones, no obstante, se ciernen peligrosamente sobre el gobierno que no quiere dejar el BOE ni por apuesta. Con el IPC disparado, muy superior al oficial, y la firme decisión de cerrar el grifo por parte del BCE, Sánchez quedará ahogado, ya le pasó a Zapatero, y tendrá que convocar elecciones anticipadas con escasas probabilidades de ganarlas. Consecuencia directa será la práctica desaparición de Podemos y la cadavérica figura del sanchismo diluido como un azucarillo. Siempre que un grupo heterogéneo pierde su única cohesión: disponer de forma inagotable un dinero milagroso, cual maná cohesivo, aparecen los escombros a que queda reducido el mezquino edificio. Aparecerá de nuevo el PSOE, con ocurrentes virtudes tras la prolongada hibernación, al que se querrán encaramar los arribistas de siempre cuyo objetivo esencial es obtener la bicoca vital. Lo saben: eso o la miseria gélida del paro.

Asentada la hipótesis de un adelanto electoral tras la canícula, térmica y monetaria, deberemos aquilatar las condiciones en que cada partido (o banda) llega a la línea de salida. Es el momento de las talanqueras, de que cada cual ponga los reparos oportunos y ordene su defensa protectora del arbitrio y continuo saqueo. Tres deben recoger el voto visceral —cualidad común al elector nacional, nacionalista e independentista, asimismo el icónico de la España vaciada— siempre incompatibles entre ellos. He aquí la dificultad implícita en atreverse a aventurar un resultado u otro. Las horquillas, emanadas de rigurosas exploraciones sociométricas, suelen ampliarse para evitar fiascos.

¿Qué puede traer el sanchismo para revolucionar la contienda electoral? Lo mismo: propaganda, imagen, escaparate, mentiras que evidencian continuos choques (diría oposición torpe) entre dichos y hechos. No cabe duda de que el máximo exponente, esa etiqueta de calidad insuperable, le corresponde cum laude —aquí y ahora sin enjuagues ni desdoros— y con honores nauseabundos a Sánchez. Muchos desean formar parte de la fanfarria y lo han conseguido, pero con nota baja y atiplados. Excuso poner ejemplos porque superaría, añadiendo solo apellidos para delimitar los protagonistas, las páginas habituales. Haré una única referencia a alguien de cuya efervescencia no tenía constancia por exceso de prototipos o atiborro personal. Se llama Héctor Gómez y presuntamente es el portavoz sanchista, aunque su venero retórico parece proceder de otro planeta.

¿Ofrece Feijóo, al cambio, un as escondido en la manga o mostrándolo orgulloso sujeto a la solapa del terno recién estrenado? Creo que amenaza con una apariencia serena, poco creíble porque deja garabateando sensaciones con soportes contradictorios. Sospecho que teme más a Vox que a la alianza Frankenstein; al menos, así se desprende de sus agravios neciamente excusados. Quiere jugar ajustando las reglas de forma heterogénea a nivel autonómico y nacional, según proyecto sui géneris, para calmar a cada barón. El embrollo no tiene porqué terminar como el rosario de la aurora, pese a su probabilidad. Sin embargo, debería saber que, aun ganando las elecciones, podría ser presidente únicamente con el apoyo de Vox, partido al que desprecia cada día. Gobernar gracias a la abstención de Sánchez resultaría peligroso además de exhibir nulo instinto político.

Vox ocupa un espacio inexplorado, de momento, No obstante, la izquierda (extrema o casi) lo pone, con un par, cual hoja de perejil. Hay que tener cuajo y jeta para que ellos precisamente, garantes de la democracia, del progreso y de la ética social, sean los primeros en defecar sobre todos y cada uno de dichos preceptos. Contextualizar a millones de votantes con el franquismo o la extrema derecha inexistente, fruto solo de mentes esquizofrénicas, es propio de individuos totalitarios (nazis redivivos) o fascinados por métodos execrables. Hacer virtud de la necesidad jamás constituyó mérito en el ara sacrificial y, por tanto, necesito tiempo para constatar si Vox merece enaltecimientos o censuras. Hasta ese momento, pongo en cuarentena —por ausencia real de datos— toda valoración ya que me parece injusto cualquier apriorismo infundado.

 Manuel Olmeda Carrasco

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