Don Lorenzo, el maestro chocolatero

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Don Lorenzo, el maestro chocolatero

El Señor Lorenzo esperaba con ansia que llegaran las cinco de la tarde de cada miércoles.

Sentado en su silla de ruedas junto al jazmín que había frente a la puerta de la residencia para mayores donde vivía, disfrutaba de su fragancia con un transistor en la mano izquierda y en la derecha una vieja boina con la que se abanicaba y espantaba las moscas y mosquitos de su cara.

Se le iluminaba el rostro cuando puntual a la cita, peinado para atrás con una camisa bien planchada, americana a juego con unos brillantes mocasines llamaba al timbre Juanito, su nieto.

Así lo llamaba, aunque este era un hombretón de veinticinco años y midiera a más de un metro ochenta.

Para El Señor Lorenzo seguía siendo su ¨nietecillo¨.

Recordaba con cariño como cuando era niño, lo sentaba en su regazo, le contaba cuentos y se quedaba dormido.

¡Era tal la complicidad que sentían el uno por el otro desde siempre…!.

Juanito se sorprendía como a sus ochenta y nueve años, cada miércoles el abuelo lo sorprendía con una historia diferente, jamás había repetido ninguna.

¡Cuánta sabiduría tenía! Superó situaciones, momentos y pruebas difíciles con las que se fortaleció.

Dichas experiencias y anécdotas le hicieron crecer y sobre todo contribuyeron a que fuera mejor persona.

Era miércoles 3 de Noviembre de 2022, pero Lorenzo se trasladó unos sesenta y tantos años atrás, a 1957, momento en el que rememoró como la perra Laika se convirtió en el primer ser vivo lanzado al espacio.

Describía como la perrita fue lanzada en la nave espacial Sputnik II, un cápsula cónica de unos cuatro metros de alta por dos de diámetro en la base y como iba sujeta con un arnés, a la vez que iba conectada a electrodos que monitorizaban sus constantes vitales y como pocas horas después por sobrecalentamiento de la nave y al parecer estrés la perrita falleció.

Mientras lo contaba no pudo evitar emocionarse y que le cayera alguna que otra lágrima, ya que el abuelo llevaba un tiempo sensible.

Inspiró y recondujo la conversación hacia otro terreno que su nieto escuchaba con atención.

La derivó hacia el manejo del miedo, incertidumbre, ansiedad y estrés fruto de la necesidad que sentía de progresar como persona por aquella etapa y que a lo largo de su vida le sirvió de tanto provecho.

Corrían tiempos difíciles allá por los años cincuenta en España, la miseria, tras la Guerra Civil, dejaba un país de analfabetos, calles de tierra y necesidades básicas no cubiertas.

Le contaba como ¨con una mano delante y otra detrás¨ cogió su maleta de cartón.

Gastó todos los ahorros que tenía en comprar un billete de tren, para un viaje incómodo e interminable y como finalmente llego a su destino, Bélgica.

Viajó solo, arregló papeles, encontró una pequeña casita y tuvo la suerte de que lo reclutaran para trabajar en las minas de carbón.

Fue entonces cuando puso un telegrama a la abuela y ésta fue a su encuentro.

Prosiguió narrando como echaba largas jornadas de pico y pala.

A pesar de la dureza en el desempeño de sus funciones, se sentía feliz porque a cambio percibía un buen salario fruto de su trabajo, lo que les permitía llevar una vida sin ¨aprietos¨ y sobre todo que estaba legalmente contratado, dado de alta.

Se emocionaba según iba adentrándose en el desarrollo del relato y como ¨la abuela¨ lo esperaba en casa cada día.

Lo bien que estaban, lo felices que eran y lo poco que necesitaban.

Tras un accidente fortuito en la mina, se dañó la pierna derecha y por el que a partir de entonces le acompañó ¨una cojera¨ importante en su día a día y tuvo que abandonar el trabajo en la mina.

Un vecino, de edad avanzada por entonces, regentaba una bombonería, se sensibilizó con la historia de superación personal de su vecino y el Señor Lorenzo tuvo la suerte de que éste le diera la oportunidad de trabajar con él en el obrador, como aprendiz, aunque ya era algo mayor para ello.

Pierre como se llamaba el maestro chocolatero, era un tipo serio pero noble y aunque mantenía la distancia, su carácter era bondadoso.

Lucía un poblado bigote que le llegaba casi a las orejas, tenía una barriga prominente alimentada por la cerveza y gozaba de un olfato extraordinario con el que daba el punto justo de especias al chocolate.

Pronto Pierre quedó rendido ante los progresos de Lorenzo.

¡Como maceraba e infusionaba cardamomo, canela y pimienta, entre otras! , manejaba las mezclas de especias como si llevara toda la vida en el oficio.

Inventó nuevos sabores, texturas y moldes para los bombones.

Cada vez tenían más adeptos y clientes entre la clase pudiente de la zona.

Llegó el momento de la jubilación de Pierre, que no tenía descendientes que quisieran seguir su tradición, de manera que Lorenzo se hizo cargo de la bombonería.

Le contaba a ¨Juanito¨ como siempre le gustaba tener suficiente cantidad de bombones preparados en el obrador, porque cuando le ¨apretaba¨ el dolor de la pierna accidentada, se quedaba varios días tumbado sin poder trabajar y de esta manera tenía ¨género suficiente ¨ para poder abastecer la demanda de bombones.

Era entonces cuando nombraba la abuela, manifestaba como la echaba de menos y lo mucho que trabajaron toda su vida.

No se calmaba con casi nada, excepto con unos frotes con alcohol de romero que ¨Margarita, la abuelita¨ le daba y también con una técnica que Pierre le enseñó.

Éste la descubrió mientras trabajaba embarcado como maestro chocolatero en el ¨Binnerlli¨, un crucero de lujo en el que viajaba la élite de la sociedad Belga.

Allí conoció al Dr. estadounidense Edmund Jacobson y entablaron una buena amistad.

Jacobson fue quien desarrolló dicha técnica de relajación muscular progresiva , que combinaba con estrategias de visualización con las que conseguía una mayor relajación mental.

Juanito se interesó por la misma, con algo de incredulidad, pensó que no perdía nada por probar y le pidió por favor al abuelo que le hiciera una demostración, argumentando que preparaba oposiciones a judicatura y pasaba frecuentemente por momentos de estrés e insomnio.

Pensó que si era tan maravillosa y el abuelo había conseguido aliviar sus dolencias y momentos de tensión, no perdía nada por probar y seguro que a él también le serviría.

Lorenzo accedió con mucho gusto.

Giró despacio la rueda de su transistor buscando una frecuencia en la que hubiera música clásica, le pidió que se sentara cómodo junto a él y también le ofreció que si lo prefería podían subir a su habitación para que se tumbara .

Juanito se sentó junto al abuelo, que procedió con voz suave acompañado de una sinfonía relajante de Mozart a realizar dicha técnica: Le pidió que cerrara los ojos, se centrara en su respiración y comenzó con ejercicios de contracción-relajación.

Tomó conciencia del estado de tensión-relajación de cada parte que le iba nombrando, de manera que logró una relajación física y mental.

Se hicieron las ocho de la tarde, hora en la que Lorenzo tenía que entrar al comedor para cenar.

Se despidieron con un beso y un largo abrazo hasta el miércoles siguiente.

Aquella tarde Juan se llevó varios aprendizajes, Continuó profundizando en el desarrollo de la técnica y aunque al principio le costó pudo beneficiarse día a día de las virtudes de la misma.

Jero Martínez

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