Soñando Albarracín, I

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Soñando Albarracín, I

Los dos viajeros arribaron aquella mañana, fría y caliente, a este barco varado y dormido y durmiente, en la mar de tierra de piedras del recuerdo y de la historia. Aquella mañana…

Piedras de calles empinadas, como si las aguas de los ríos de la vida, no descendiesen sino ascendiesen. En esos y estos lugares, sabemos que algo de nosotros está. Nos atraen como imanes porque sentimos y percibimos algo inconsciente, quizás exista un yo colectivo inconsciente, quizás, algo de los recuerdos del pasado van pasando de alguna manera, de un individuo a otro, pero esta tesis no es científica, ni empírica, quizás solo sea sueño e imaginación y velo y desvelo, quizás, solo sea poética y poesía, pero qué más profundo que esa poesía que está en piedras y en versos y en catedrales y en labios y en ojos y en cabellos…

Recorrer calles y recodos de calles, perderte en ti mismo para encontrarte en ti mismo, perderte por fuera en esos muros de piedras y pedradas de casas que rezuman tiempo, para volverte a ti. Es la curación por el viaje, es la terapia de encontrarse a uno mismo, de olvidar y de recordar alguna herida. Y, qué ser humano que mira con los ojos no arrastra alguna herida, a veces, más que herida, flota en las nubes de nubarrones de pus y sangre y lloros y lágrimas. Este lugar, nos cura un poco, de algo, porque nos olvida de ese algo, y, porque nos lleva a ese algo.

Durante siglos, hubo bípedos racionales, con distintas banderas e ideologías, por estas calles, con distintos vestidos y distintos nombres, pero todos tenemos en igualdad y semejanza, alegrías y penas, temores y esperanzas. Albarracín, nos habla de todo ello. Por eso, volvemos a esas ciudades y pueblos, que durante siglos, parece han estado dormidos y durmiendo y durmientes, pero han estado conservándonos sueños de siglos, de milenios, nos han estado esperando para que caminásemos por sus piedras y adoquines y retablos de aires y vientos, para que curásemos alguna herida de nuestro ser y estar y sentir y andar y caminar y percibir y dormir...

Ahora, ya te van faltando las fuerzas interiores, ya estás atado a redondeles farmacéuticos, no graves, pero reales, ya necesitas el descanso de la siesta. Has entrado en otra fase del existir de un sujeto humano. Que tuvo esperas y esperanzas. Como todos. Cuándo hablamos del yo, hablamos del yo de todos, en muchos sentidos. Los ecos del pasado, los meces como los torbellinos de los ríos, y, los pones para los del futuro. Eso es redactar textos de ideas y percepciones e imágenes, eso es narrar Albarracín, por y para un corazón. Que ya hacía fotografías, otra vez, un sueño de juventud, que se plasmó, que tuvo entrecruzamientos de realidad y de tiempo. Pero que no sabe, si aquellas imágenes de escribir con la luz, se han perdido, porque miles lo han hecho, unas ocho mil, trabajo de dos años de sol y de luna.

¿Volveré otra vez, volveremos otra vez, los dos, quizás, algunos más de los descendientes, volveré otra vez a Albarracín, para pisar sus ruedas de piedra y cansarme, para mirar al horizonte lejano, para entrar en esas moradas, y, esos servicios de aguas mayores, huecos en piedras lanzados al aire de la sierra por debajo…?

Sé que los pájaros miran Albarracín de otro modo, nosotros que somos intermedios y percibimos, en algo del medio, entre los canes que miran el suelo y las águilas que perciben desde las nubes, nosotros que estamos en medio de esas dos miradas. Nos imaginamos el viento y el tiempo, el espacio y el lugar. Nosotros estamos y somos en tantos mundos a la vez. Este cerebro que sirve para dar vueltas a las ideas. Ese lugar de la cabeza que se inserta en una ciudad, formada por miles y decenas de miles de cabezas a lo largo de los arados de los siglos…

Siempre me han atraído, como gran arte, arte abstracto antes de Kandinsky, las formas y colores y adornos de las puertas. Si son antiguas, hay más variedad. Aquí en esta localidad, ciudad, pueblo se podría construir un libro solo con fotografías de puertas, podrían crear una ruta de las puertas. Y, cada una con su color, puertas, ventanas, portillos, adornos de las casas por fuera, las caídas de las aguas, los colores de las paredes, los matices de las piedras del suelo, según la hora, según el mes, según la luz que reflejan o absorben…

Todo ese caminar, sentado en algún lugar, fijo y mirando, sin hacer casi nada, y, vas percibiendo como las sombras se van moviendo, las claridades también, los rincones se van tapando y se van escondiendo.. Como otros seres humanos bípedos van apareciendo por ese lugar y teatro, con faldas largas o cortas, o pantalones largos o cortos, muy cercanos a otros labios y torsos, o solos mirando el caminar del tiempo. Intentas averiguar, cual es la alegría o la tristeza de su corazón. Quizás, venidos de unas decenas de miles de metros, quizás, de unos cientos de miles de metros. De distintos colores de piel, de distintos colores del alma…

Piedras y árboles, montaña y río, aire y viento, y, siempre realidades y sueños. De todos esos mundos forma la esencia de lo humano, podemos volver a Heidegger o a Platón, pero estos pueblos, todos, están formados de ideas y de hechos, de historias y de cuentos, de realidades y de imaginaciones, de idiomas y lenguas y de mil corazones y miles de miles de almas que han ido atravesando estos lares y aires. Deseos de tierra y deseos de cielo, deseos de hijos y deseos de Dios. Todo eso es lo que somos y formamos. Esas plazas no regulares, no siguen el canon griego romano de la estructura en ajedrez, sino son adaptaciones a las montañas y adaptaciones a los poderes de cada momento…

En toda plaza, existe un viejo sentado al sol, en algún poyete o banco que la historia ha ido dejando. Cuánto sabrán esas piedras, cuántas conversaciones, durante siglos y generaciones se habrán ido diciendo. Cuántos cuentos y narraciones, cuántos corazones, que habían sido más jóvenes, que estuvieron lejos de allí, o, jamás se movieron, salvo algún viaje a la capital de la provincia, o quizás a la mili o a alguna guerra que les pilló de improviso, sin comerla, ni quererla, ni desearla, pero que la tuvieron que padecer. Eso son las generaciones, vienen y soportan los huracanes de la historia, y, se forman crisis y con-crisis. Y, los humanos, tienen que nadar… eso se siente, al percibir, un viejo con garrota o sin ella, con gafas o solo, o acompañado de dos o tres o cinco, que hablan y miran, que sienten en y con los ojos. Que quizás, su único afán es seguir mirando y recordando. Esperando que exista un Ser Trascendente o quizás, no deseando que exista… Quizás, esos viejos de esas plazas, que hablan y que silencian las palabras, sean los verdaderos filósofos y pensadores y metafísicos de Occidente, quizás, esos sean los verdaderos Platones y Aristóteles de la historia y, que apenas nadie escucha…

Los dos viajeros, cansados de mirar y de mirarse y remirarse, de caminar y de caminarse, atravesaron la cueva moderna y antigua, para degustar energía en forma de alimentos. Los dos viajeros que andaban, ya muchos años, caminando a la par, en este paisaje de la vida, y, que hoy, esta mañana habían llegado con las cuatro ruedas del motor de explosión, a este lugar, a este deseo de lugar.

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