
"Tenemos en nuestros días una viva sensibilidad para enjuiciar conductas e ideas del pasado, lo que está llevando a excluir ciertos libros de bibliotecas y centros de enseñanza. Sin embargo, los aspectos reprobables de una persona o de una obra no solo no tienen por qué invalidarla, sino que tampoco deben impedirnos aprender lo valioso que nos pueden transmitir. Más aún, un acercamiento limpio a los libros de otros tiempos puede ayudarnos a entender mejor los prejuicios y limitaciones de nuestro tiempo".
Ante las monstruosidades del mundo neoliberal con su relativismo y las bandadas de camaradas de Urtasun hoy más que nunca, la lectura de los grandes libros del pasado, amplían nuestro "ancho de banda", nuestra capacidad de captar y comprender las señales que nos llegan. Mientras que el hoy y el futuro parecen no brillar en muchos aspectos de nuestra sociedad por su vacío espectacular, donde no nos llegan señales de optimismo, ni nos pueden ofrecer resistencias pues somos nosotros los que lo imaginamos todo. El pasado existió realmente y está lleno de contenido, y por tanto nos enseña temas y nos hace crecer gracias a que nos desafía y que debemos esforzarnos para comprenderlo.
Cuando Robert Spaeman se preguntaba si a las generaciones jóvenes hay que educarlas contra el propio tiempo, hacía un comentario que se nos puede aplicar a todos "Jean Paul preguntaba en una ocasión: ¿Debería educarse a los niños para su época o más bien contra ella?", para después responder: "siempre hay que prepararles para enfrentarse a su tiempo, pues el tiempo es tan poderoso que él mismo ya se cuida de que todos vayan en su dirección. En definitiva, que si se desea educar a un joven para que sea libre, entonces hay que educarle contra su tiempo y sus prejuicios".
Puede ocurrir que leamos un libro cuyo autor, a nuestro juicio y a juicio de personas más sabias que nosotros, sostengan ideas que nos parecen detestables; pero nuestra reacción ante eso no ha de ser la de ignorarlo e insultarle sino, la de intentar comprenderlo. Por supuesto, porque a veces todo no es como nos parece. Pero también porque, incluso en el caso de que lo sean, nos viene bien darnos cuenta de que las mentes grandes cometen errores y tienen puntos ciegos; de que nadie piensa bien sobre todo lo que piensa; de que todos vivimos con ruidos de fondo que no siempre somos capaces de discriminar y sobre los que no reflexionamos; de que las mentes de todos, incluidas las nuestras, están moldeadas por los ambientes en donde crecimos y nos movemos.
Otro tema crucial es leer con espíritu generoso. La forma de leer tales libros con los que no concordamos no ha de ser la de criticar a quien ya está muerto y no puede defenderse sino tomar como ejemplo a Úrsula Le Guin, en su novela Lavinia, centrada en la que llegó a ser mujer de Eneas , un personaje al que Virgilio cita pero que no dice una sola palabra en su obra. Le Guin afirma en su epílogo que lo escribió como "un acto de gratitud hacia el poeta, una ofrenda amorosa, por lo que respetó la personalidad de Eneas tal como la describió Virgilio, y simplemente se propuso iluminarla con la mirada que pudo tener Lavinia hacia él sin convertir su relato en un alegato feminista para lectores del siglo XXI. La generosidad en la lectura no es simplemente asumir lo mejor de algún escritor o texto del pasado sino, más bien, una especie de lucha que nace de tomarse al autor y al pasado tan en serio como para discutir con él. "Un clásico es un libro ante el que no te sientes indiferente, un libro que te ayuda a definirte a ti mismo, en relación a él, incluso en disputa con él".
Leer como herederos inteligentes sería paladear el tercer punto de estas palabras. Cuando William Faulkner comentaba "el pasado nunca está muerto, ni siquiera es pasado", es posible le venga a la cabeza la importancia que da C.S. Lewis, al contar su evolución interior e intelectual en su "Cautivado por la alegría", al momento en el que logró superar lo que llama el "orgullo cronológico": esa disposición mental por la que tantos aceptan acríticamente el clima intelectual de la propia época y suponen que lo antiguo está pasado de moda y desacreditado.
El no mirar con condescendencia nuestro pasado e intentar comprender los comportamientos de quienes nos precedieron, lo contemplamos en un antiguo artículo de Chescherton en el que hablaba de toda la humanidad. En él nos apuntaba que "tenemos a nuestra disposición toda la historia como nuestra legítima herencia"; pero, lamentablemente, "si es verdad que el hombre moderno es el heredero de todas las edades, a menudo es el tipo de heredero que le dice al abogado de la familia que venda toda la maldita propiedad…y que le dé dinero que pueda derrochar apostando a las carreras o visitando los clubes nocturnos". Otro enfoque de la cuestión, del mismo Chescherton en otro artículo, es el de que lo inteligente es que "leamos los verdaderos textos" de cada época, que no leamos a "los hombres vivos que tratan temas muertos", sino "a los muertos que hablan de temas vivos".
Sirvan como ejemplo estos días los grandes libros del escritor ruso Yevgeni Zamiatin en "Nosotros", Aldous Huxley en "Un mundo feliz" y al británico George Orwell en "1984", los cuales han escrito inteligentes parábolas sobre una sociedad futurista de la que ha desaparecido la libertad individual, algo muy llevadero para los días que vivimos.
MARIANO GALIÁN TUDELA