La llegada en estos días pasados de JD. Vance, hasta ahora, empresario, escritor y senador por Ohio y, hoy vicepresidente de América ha causado algún que otro aspaviento y revuelos. Macron, Úrsula Von der Leyer, el presidente alemán Frank-Walter Steinmeir y otros , han tragado de lo lindo ante los dichos de Vance como: "pido a Europa retome la senda de los valores que la hicieron grande una vez", "las amenazas que más me preocupan de cara a Europa, no es Rusia o China, o actores externos, tales amenazas proceden desde dentro, desde la UE", "Europa, los gobiernos europeos, se alejan cada vez ignoran la preocupación de sus votantes, de sus ciudadanos. Se cuestionan los caminos de la democracia europea".
A primera vista, de verdad, no lo podía creer e incluso me congratulé de lo escuchado. Los que me conocen bien saben a ciencia cierta que no ando por las sendas del trumpismo ni de sus allegados, pero un buen azote a tiempo no viene mal para los alisios que nos llegan desde Bruselas. A ver si de una vez por todas, con estos sopapos se espabilan. La mano derecha del sheriff americano ha salido de su Hacienda americana por vez primera, ha cruzado el charco y, posiblemente, con el ardor guerrero por ser vicepresidente y ello conlleva, posiblemente, demasiada celeridad y un poco de falta de humildad, pero ello no dispensa a la nefasta política que el pensador Jürgen Habermas ya hablaba hace años y se quedaría corto: "el laicismo es una clara contradicción en cualquier Estado liberal en el mundo democrático. Obliga al mundo que busca los valores humanos, aquellos de los que hablaba Jean Monnet, Robert Schuman, Konrad Adenauer y otros a ladearse, mientras que los laicistas convierten las suyas, por decreto, en expresión de sentido común. Yo añadiría: "presentan como neutralidad lo que es una neutralizadora respuesta negativa al papel del humanismo cristiano en el ámbito público. Por ello, partiendo de esa secularización malentendida o con mala fe, postula una sociedad post-secular, que supere esa desproporción".
Los valores democráticos que nacieron a camino entre Francia, Alemania y otros mundos del norte, hasta le fecha, han sido muy lejanos a los del sur de Europa. Y aún así, mucha ciudadanía de tales países, tampoco comparten tales valores, donde menos valores son de todo. Por el sur de Europa corre sangre distinta donde advierten con más olfato el humus del que procedemos y deseamos vivir. Nuestro levante español, si me lo permiten, aún lo sienten con más consistencia y, aquí, donde se une el cielo y la tierra, donde las tradiciones de nuestros ancestros van de la mano de nuevos mundos, donde la cultura, maneras de ver la vida, nuestros fueros internos, donde sabemos escuchar al otro y bailar… danzamos al ritmo de nuestras atmósferas, gusten o no a Bruselas.
No me extraña que el vicepresidente americano, cansado y aburrido de una democracia blanda y raquítica europea, donde cada día sube un escalón para recortar libertades a ritmo de leyes ideológicas hable del pluralismo en su aspecto negativo: conducir a los europeos a un permisivismo indeseable. Tampoco me extraña cuando el Parlamento europeo sostiene que la libertad de conciencia no debe considerarse como una cuestión de tolerancia, por tanto, algo que entraña un riesgo de la tan amada burguesía de Bruselas como es el relativismo. Desde América, desde Vietnam del Sur, donde tenemos a un murciano del Barrio del Carmen como profesor universitario, hable con sus compañeros y se pongan las manos en la cabeza cuando Europa no entiende que "la igualdad no es lo mismo que la equidad (mucho más justa), donde las personas, con independencia de su condición inalterable, tienen los mismos derechos y merecen las mismas oportunidades. Y significa también, en consecuencia, que se debe afrontar los hechos alterables: la comunidad política tiene el deber de proporcionar educación y atención sanitaria, tema del que dejamos mucho que desear.
Sabemos que América nos mira como nosotros miramos a Venezuela, guardando las distancias. El problema de la tolerancia, y en dependencia de él, la crítica al permisivismo, aparecen sólo cuando se trata de los comportamientos humanos. Pero ante la extensión del relativismo europeo, la verdad debe importar, debe importarnos a todos, al margen de las creencias. Por otro lado, la vieja Europa se ha echado a sus espaldas, gracias a los lobby, la idea de que muchas personalidades apasionadas de nuestro tiempo diseminan con gran ardor el vulgar relativismo, un "nihilismo de rostro alegre". Para ellos, no existe verdad sino opinión, ¿les suena? Así se abandona la defensa de la razón, del intelecto. Y si la inteligencia no arraiga sobre la realidad, sólo quedan preferencias: la voluntad es todo. Pero ello es conceder a Mussolini y Hitler, de modo póstumo y con cierta ligereza, lo que no pudieron defender con la vigorosa fuerza de las armas; es olvidar la primera gran lección rescatada de las cenizas de la II Guerra Mundial: que quienes entregan la heredad de la inteligencia allanan el camino del fascismo. El totalitarismo, como lo definía Mussolini, "es la feroce volontá". Es la voluntad de poder, sin ningún respeto a la verdad.
MARIANO GALIÁN TUDELA
