Tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial todo fueron abrazos, solidaridad y mucha esperanza. Con el tiempo, llevando una vida más próspera, nos hemos subido a montículos cargados de todo menos de aquello que es preciso. La Unión Europea parece que su fin es atropellar hacia todo aquello de lo que podemos vivir; sus leyes nos lo hacen ver cada vez que el Parlamento Europeo tose y proclama aquello que los diversos lobbies han propuesto sobre el mantel.
Estos meses atrás, el manoseo de las elecciones alemanas, los "viajecitos" de Macron, las mega tormentas en España, las manitas tramposas con Turquía nos han hecho recapacitar bastante. El lado bueno de la tormenta, sin duda, nos viene de la Europa norteña, algunos países de Europa central, Italia y Portugal. Nigeria desprotegida por completo, Armenia ni te digo y, tantos otros países que pensaban en Europa como única salvación. La industria del armamento ya está en proceso, pero su ciudadanía, su democracia, su amplitud de miras es tan ínfimamente detestable que el próximo 9 de mayo, día de Europa, no sabemos si festejarla o enlutarnos. No me extraña, ya va siendo realidad que, Asía y Estados Unidos e India, nos estén haciendo tanta sombra que Occidente, tal como va, sea otra isla Perejil antes o después. ¿Negativo?¡no! Realidades.
La Torre de Babel Europea, plagada de egoísmos baratos sigue su curso y con ella, la virtuosidad de sus gentes cada vez distante de lo que los grandes griegos del pensamiento nos animaban a poseer. Lo que en su momento admirábamos como democracia, hoy, está quedando reducida a lo puramente nominal, algo demasiado compatible con los totalitarismos en busca de construcciones de Estados Providenciales. De ella deseábamos surgiese un saber vivir "bien" entre nosotros, pero he aquí, siguen proliferando demasiados gatopardos. Las personas de bien, los cargados de nobleza interior, los que se interesan y se ocupan de lo que atañe a los demás, lo que afecta a la sociedad en su conjunto, cada vez más no caben ni en una bolsa pequeña de canicas. Reivindicar el ideal de nobleza de espíritu hoy es tan difícil como escuchar verdades contrastadas, sinceridad, desde La Moncloa.
La gobernanza que buscamos vendría, a la vez, a lograr el ideal, con tanta frecuencia incumplida, de los sucesivos gobiernos basado en virtudes. Sila virtud de los mandatarios europeos, de sus habitantes, impregnase el actuar, todo fluiría de otra manera, aunque es demasiado pedir. Platón, al que el mundo de hoy no desea verlo ni leerlo, nos dejaría un claro ejemplo: "la sociedad debería ser como un hombre en grande, por ello, hace buena a una sociedad lo que puede satisfacer a cada persona. Y los que buscan paz y libertad en el plano interior van necesariamente unidas; en el exterior, pueden ir en uno, en ambos o en ningún caso". Una vida orientada concede paz y libertad interiores, pero el ser humano aspira a que en lo exterior se den las condiciones para poder gozar de ellas en su totalidad.
La virtud, los grandes valores, son las fuerzas que me hacen alcanzar los bienes aludidos en mi interior. El gobierno político me lo facilita en lo exterior. Facilitar significa que desde fuera se puede ayudar, pero no generar la virtud, pues ello requiere de la colaboración libre de cada individuo. El buen gobernante logra paz y libertad exteriores y pone con ello las condiciones para que sea más fácil descubrir y procurar hacer propia la vida virtuosa.
Si falta la virtud, los grandes valores en nuestros ciudadanos, podrá tal vez tener la suerte de vivir en un régimen con un buen nivel exterior. Ello le ayudará en su vida, pero, si en vez de impregnarse del buen ambiente, sigue con su falta de paz interior, no sólo se estará haciendo daño a él, sino que empujará hacia peor a la sociedad circundante. El problema serio surge cuando existe mucha falta de individuos virtuosos. Entonces, como dice Donoso Cortés, al bajar el termómetro de la virtud, surge de modo inevitable el del gobierno como represión. Y si incluso los propios dirigentes sociales no creen en la realidad de la virtud, el único remedio a esa inclinación es el ya señalado invento de la gobernanza.
Con todo, los instrumentos, por muy buenos que sean, dependen en su uso de los que los manejan, de manera que es perfectamente pensable que la gobernanza, con sutil habilidad, sea empleada de forma tiránica. Claramente, un gobernante que pone esfuerzo, estudio, corazón en su vida y en su acción, está elevando el nivel de una sociedad. ¡Qué bien se ven las cosas de esta manera! Ojalá, de verdad, el Cónclave que se inicia hoy en el Vaticano, deje espacio a otro San Juan Pablo II, cuya voz y palabra haga parar los motores a tanta chumasquina que conviven y nos chupan hasta el aliento.
No veo otra manera sensata que esta Europa de hoy salga del fango donde se encuentra.
MARIANO GALIÁN TUDELA
