A lo largo de la historia ha habido siempre tiempos de decadencia en los que, para salir de esas situaciones deplorables, se necesitaron líderes con grandeza de ánimo, personas convencidas de que la obra de renovación proviene del interior de cada persona.
Durante las guerras del Peloponeso, gracias a la superioridad y equilibrio mental de sus líderes atenienses fue posible superar la corrupción interior de la vida política de los Estados griegos y del odio mutuo y aniquilador que alimentaba la fuente de estos fuertes desaires. No en vano había sido este odio egoísta de todos contra el que, según el trágico relato de Tucídides, había llegado en la guerra a la justificación de todas las infamias y había destruido todos los sólidos conceptos de la moral.
También hoy estamos presenciando signos de decadencia, por faltar esa grandeza de ánimo en personas ejecutivas que asumen grandes responsabilidades. Hacen falta, por lo tanto, líderes con generosidad y nobleza de espíritu que huyan de toda adulación y de posturas retorcidas. Líderes con una fuerte e inquebrantable esperanza, una confianza casi provocativa y la serenidad de un corazón palpitante. Líderes que no se dejan arrastrar por la confusión generalizada y, sobre todo, que no se doblegan ante las tentaciones de tener cada día más, donde la mesura no existe. Ello, hoy día lo vemos en formatos empresariales, asociaciones de vecinos, Ampas, mundo político, Hermandades, etc.
Constituirse en líderes de empresa, cada uno en el lugar donde le haya tocado, también los presidentes, no les convierte en una suerte de superhombre o mujer. Cada día más tenemos el convencimiento de que la clave de un buen equipo está en cada una de las personas que lo componen y que los beneficios dependen de la grandeza de ánimo en la conducta de sus líderes. El triunfo no es indivisible. Los líderes de equipo no son personas que sacrifican su humanidad personal para que triunfen los criterios de una mano invisible que nos exige siempre mayor productividad y, donde se promete de continuo mayores beneficios. Todos los componentes de un equipo, donde el presidente es uno más, aunque a veces sea ella o él, solo a veces, el/la que pudiese decir la última palabra cuando la balanza no se equilibra, necesitan proponerse metas en la vida, a corto y largo alcance, pero trabajar más o ganar más no son propiamente metas si no sabemos en qué y para qué trabajamos y en qué puede ese trabajo mejorar el mundo.
Al mundo ético no le interesan sólo los principios y las intenciones, sino también los resultados, aunque no siempre salgan como se desea. El bien no es algo abstracto que nunca llega a materializarse, sino algo presente en todas las acciones humanas, que transforma realmente a la persona generando en ellos las grandes virtudes. Además de lograr el bien, estará facilitando el camino para que todos en la empresa, asuman sus funciones no como algo engorroso, sino como una vía hacia la experiencia personal del trabajo.
La conciencia de que todos servimos a los demás, también a los que parecen estar protegidos frente a toda exigencia de responsabilidad, es un valor fundamental que podemos aprender. Es hora de que nos convenzamos de que la ética no es superflua, y para ello hemos de persuadirnos al mismo tiempo de que la economía, la política, la asociación, no es un juego, y menos de azar, sino un servicio.
Ya nos decía Max Scheler algo al respecto : " el santo está auténticamente presente en sus discípulos y vive realmente en ellos". Quien desee liderar debe tener la perspectiva suficiente para saber, en todo momento, que, por encima de los fallos propios o ajenos, puede alcanzar esa grandeza de ánimo sin la cual no hay liderazgo posible.
MARIANO GALIÁN TUDELA
