"Comerse el mundo", por Mariano Galián

Autor:

¿Se han preguntado ustedes alguna vez, si a fecha de hoy, tan listos como nos creemos, nuestra inteligencia va camino de alcanzar el punto más alto, e incluso, lo que nos queda, sería ir cuesta abajo? Tal cuestión, en prensa internacional se viene pronunciado. Financial Times, entre otros, nos invita a pensar últimamente.

Unos se cuestionan si cada vez van siendo más tontos y engreídos, otros hablan de que andamos en una sociedad post alfabetizada y algunos más siguen evaluando las posibilidades de que el último estadio de la vida civilizada nos traiga como paradójica consecuencia una involución cerebral. En definitiva, que este carro en el que vamos no tira por mas que nos vendan la moto. Da la impresión de que estamos en un círculo vicioso y perfecto que consiste en añadir apariencia de empatía a la apariencia de sabiduría. Más de 2000 años después de su existencia, el Sócrates recreado por Platón da en el clavo sobre la apariencia de sabiduría, donde se sigue pensando sobre la inteligencia de las máquinas y sobre ellas mismas, si nos hacen algo inteligentes a las personas.

Algunos que otros, a través de los canales en medios de comunicación, libros, entrevistas o conferencias nos vienen enseñando algunas que otras pezuñas a tener en cuenta. La prensa de The Conversation nos llevaba a pensar sobre la siguiente cuestión: "toda herramienta humana, usada de manera abusiva, podría llegar a producir el efecto contrario para aquel que fue concebido, llegando incluso a destruir el sistema para el que se creó. La toma de control por parte de las máquinas y el sometimiento de los humanos es una quimera que ha tomado distintas formas de ficción, así, son un ejemplo: Yo, robot; Mátrix, Terminator y Black Mirror."

Puestos a imaginar, sería una operación lenta, invisible y envuelta en amabilidad y complacencia. Éstas, las máquinas creadas para estar al servicio de los humanos podrían atacar silenciosamente precisamente aquello que nos hace humanos: irían hacia nuestros cerebros, tendrían en el blanco la compleja inteligencia humana. Tal capacidad "cambia a lo largo de la vida en función de los estímulos o las circunstancias. Se parecería a un músculo que necesita ejercicio para desarrollarse. Esta especie de gimnasia es la resolución de problemas más o menos complejos a las que hemos de enfrentarnos a lo largo de la vida.

Me da la impresión, tras hablar con algún que otro sabio sobre esta materia, que el cerebro humano , tal y como lo conocemos, es una máquina con cierta lentitud: necesita su tiempo y se lo toma para que podamos "imprimir una impronta personal al desarrollo de nuestro cerebro, ajustando progresivamente las conexiones de las fibras nerviosas conforme a los estímulos seleccionados por nosotros o por el ambiente en el que vivimos, para que cerebro y ambiente sean compatibles en el sentido de la supervivencia y la reproducción. La tecnología ha hecho más veloces las comunicaciones entre los seres humanos, pero las de las neuronas han quedado tal cual".

A poco que se haya tratado con una inteligencia artificial se cae en la cuenta de qué verdad es que dos no discuten si uno, el algoritmo en este caso no quiere. Y el algoritmo no desea discutir, solo quiere comida, su alimento en forma de preguntas, de información. No importa si te has equivocado o si estás de mal humor, sus palabras dulzarronas llegarán solícitas: siempre a tu servicio.

Lo vemos ahora con la IA, donde los sistemas están cada vez más entrenados para simular respuestas empáticas. Tu programa informático (chatbot) se disculpa por tu frustración, tu asistente virtual te da ánimos y tu aplicación de salud mental te escucha sin juzgarte. Ninguno de estos sistemas siente nada: solo saben qué decir. Estamos entrando en un mundo en el que los algoritmos "empáticos" superan a nuestros jefes a la hora de reconocer la angustia, pero carecen de brújula moral para decidir qué hacer con ella. Y si no tenemos cuidado, pronto confundiremos actuación con atención. Al hacerlo, no solo externalizamos el trabajo emocional, sino también nuestra responsabilidad emocional hacia los demás.

Las buenas palabras y la mala empatía de las máquinas pueden tener éxito y ser eficaces a la hora de hacernos pensar que jamás estamos equivocados, solo "no hemos formulado la pregunta adecuada".

MARIANOGALIÁN TUDELA

Comerse el mundo, por Mariano Galián - 1, Foto 1
Murcia.com