Leí una vez una frase sencilla, pero reveladora: "No podemos cambiar lo que está hecho, sólo podemos seguir adelante". Es una reflexión atribuida a Arthur Morgan, un personaje de ficción que, sin embargo, parece haber expresado una verdad que todos llegamos a experimentar alguna vez en nuestra vida: no existe forma de volver atrás. El pasado, con sus luces y sombras, está grabado en la historia de nuestra existencia. Y, sin embargo, desde esta certeza, surge también una poderosa oportunidad: la de vivir el presente con más conciencia, con más humanidad, con más verdad.
Esta frase encierra una enseñanza fundamental para quien quiere madurar emocionalmente: no todo se puede cambiar, pero sí se puede comprender. Y al comprender, encontramos una manera distinta de vivir.
I. El pasado como parte del patrimonio personal
Desde la logoterapia, Viktor Frankl nos habla del concepto de patrimonio personal, aquello que hemos vivido y que, por tanto, ya forma parte de nosotros. Lo vivido no se borra ni se niega; se integra. Cada decisión tomada, cada error cometido, cada palabra dicha o callada, es parte de una biografía única e irrepetible. No se trata de cargar con el pasado como si fuera una mochila pesada, sino de aprender a mirarlo con sentido, incluso si duele.
No podemos regresar y desandar lo andado, ni rehacer los caminos con el conocimiento que hoy tenemos. No podemos modificar lo que ya fue, pero sí podemos transformar el modo en que nos relacionamos con ello. En este acto se esconde una de las tareas más nobles del ser humano: reconciliarse con su historia.
II. Vivir con conciencia el presente
Aceptar que no podemos cambiar lo hecho no significa resignación pasiva. Significa, en cambio, una afirmación activa del presente. El aquí y ahora se convierte en el único espacio real desde el cual podemos construir algo diferente. Cada instante que vivimos con conciencia es una oportunidad para redimir el pasado a través de la acción actual.
Cuando dejamos de pelear con lo que ya no está bajo nuestro control, liberamos una gran cantidad de energía que puede ser invertida en lo verdaderamente esencial: nuestra actitud frente a lo que hoy sí podemos hacer, decir, elegir y amar.
No se trata de olvidar ni de negar el pasado. Se trata de abrazarlo con misericordia y aprender de él, de encontrarle un lugar en nuestra biografía y seguir adelante con dignidad.
III. Lo irrepetible del instante
También es cierto que en el pasado habitaron momentos agradables. Recordamos con nostalgia instantes de alegría, encuentros significativos, tiempos en que la vida parecía más sencilla o más plena. Pero esos momentos, por bellos que hayan sido, no pueden ser revividos en su totalidad. Su magia radica precisamente en su fugacidad.
Esto, lejos de ser motivo de tristeza, puede ser una invitación a valorar más lo que tenemos hoy. Porque este instante, aunque efímero, también pasará. Y si no lo vivimos con atención y gratitud, se perderá sin haber sido aprovechado.
La vida está hecha de presentes que van quedando atrás. Cada día nos ofrece un nuevo inicio, una nueva posibilidad de descubrirnos, de crecer, de acercarnos más a quienes somos en lo profundo.
IV. El sufrimiento como parte del camino
Seguir adelante no es una consigna superficial. No se trata de fingir que no duele, ni de ocultar el sufrimiento bajo una sonrisa forzada. La vida humana está tejida con alegrías y también con pérdidas, con certezas y con heridas. Pretender avanzar sin haber reconocido el dolor sería como construir una casa sobre cimientos de arena.
Aceptar lo que ha sido, llorar lo que fue necesario perder, reconocer los errores propios o los dolores provocados por otros, forma parte del proceso de sanación. En logoterapia, Frankl nos recuerda que el sufrimiento, cuando encuentra un sentido, puede ser redimido. No se trata de justificar el mal, sino de descubrir qué actitud libre y digna podemos asumir frente a él.
En cada experiencia difícil puede esconderse una semilla de aprendizaje, una fortaleza desconocida, una compasión más profunda. La pregunta no es: ¿por qué me pasó esto?, sino: ¿qué puedo hacer con lo que me pasó?
V. El valor de seguir caminando
Seguir adelante es un acto de valor. Es elegir la vida, aunque nos duela. Es levantar la mirada cuando todo parece oscuro. Es, a veces, volver a empezar sin garantías de éxito. Pero en esa decisión —profundamente humana y profundamente libre— reside nuestra dignidad.
En las travesías del desierto, el oasis no se encuentra si uno se queda inmóvil lamentando su sed. Es necesario caminar, incluso cuando el horizonte se ve lejano. Tal vez no podamos cambiar lo que ya fue, pero sí podemos dar un paso más, uno solo, que nos acerque a una versión más plena de nosotros mismos.
VI. Somos más que nuestro pasado
No somos sólo lo que hemos hecho. No somos únicamente nuestras equivocaciones, ni nuestras historias de dolor. Somos, ante todo, posibilidad. Posibilidad de transformación, de encuentro, de ternura, de sabiduría. El pasado puede contarnos mucho sobre nosotros, pero no dice todo. Porque el ser humano está siempre en construcción, siempre en devenir.
Las decisiones del ayer no son una condena. Pueden ser el punto de partida para una nueva historia, escrita con otra tinta, desde otro lugar de conciencia.
Así como el árbol no deja de crecer porque una rama se quebró, nosotros tampoco debemos dejar de avanzar por miedo, culpa o arrepentimiento. Hay algo profundamente esperanzador en esta verdad: el pasado no determina tu futuro. Lo que sí lo determina es lo que eliges hacer ahora.
VII. No reparar, sino resignificar
A veces intentamos "reparar" el pasado. Queremos pedir perdón, explicar lo que no dijimos, volver a ciertos lugares o personas con la ilusión de rehacer lo perdido. Y si bien algunas veces es posible enmendar, otras no lo es. Las personas ya no están, las circunstancias han cambiado, y las palabras ya no encuentran el mismo eco.
Aquí es donde entra una tarea más profunda: resignificar. Darle un nuevo sentido a lo vivido. Comprender qué aprendí, cómo crecí, qué heridas me revelaron algo que no sabía de mí. La resignificación no niega el dolor, lo abraza. Y desde ese abrazo, lo transforma.
Este es el trabajo más humano de todos: convertir el sufrimiento en sabiduría, el error en enseñanza, la pérdida en sensibilidad.
VIII. La llamada de la vida
La vida no nos llama desde el pasado. Nos llama desde el presente. Nos invita a continuar, a hacer de cada día una oportunidad. Como decía el poeta Antonio Machado: "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar". Y a veces andar significa seguir con el alma herida, pero con el corazón dispuesto a descubrir lo que aún puede florecer.
Muchas veces, lo más valioso no está en recuperar lo perdido, sino en descubrir lo que aún podemos ganar. No en volver atrás, sino en mirar con esperanza hacia adelante.
La vida sigue, y si somos humildes y atentos, puede sorprendernos con su capacidad de regeneración.
En definitiva, El arte de avanzar con sentido
"No podemos cambiar lo que está hecho, sólo podemos seguir adelante". Esta frase no es una sentencia de derrota, sino una invitación a la esperanza. Porque lo que está hecho ya es parte del patrimonio de nuestra existencia, y aunque no podamos reescribirlo, sí podemos reinterpretarlo.
Desde una mirada humanista y Logoterapéutica, el ser humano no está definido por lo que le ha ocurrido, sino por lo que elige hacer con ello. Y en esa elección reside su libertad, su responsabilidad y su sentido.
Así como el río no puede volver atrás, pero sí puede cambiar su curso, nosotros no podemos regresar al ayer, pero sí podemos decidir cómo vivir el hoy. Y si elegimos hacerlo con amor, con autenticidad, con coraje y humildad, estaremos transformando cada día en un acto de creación.
El pasado ya fue. El futuro aún no es. Pero el presente... el presente está vivo. Y desde ahí, desde este instante, podemos empezar de nuevo.
Miguel Cuartero. Orientador Familiar.
