
"Aquellos que engañan son los que siempre te acusan de engañarlos. Aquellos que mienten son los que te llaman mentiroso. Aquellos que son inseguros son los que te hacen sentir insignificante. Presta atención en cómo te trata la gente, pues es un reflejo de cómo son ellos realmente, no es un reflejo tuyo."
Estas palabras de Dhar Mann, conocido por sus mensajes de inspiración y consciencia, han resonado profundamente en mí. No porque sean nuevas o revolucionarias, sino porque son dolorosamente verdaderas. Las críticas que más nos hieren, muchas veces, no tienen que ver con lo que somos, sino con lo que el otro no puede enfrentar de sí mismo.
Te invito a leer esa frase una vez más, despacio, con pausa, como quien mastica algo amargo pero necesario. Tal vez te alivie un poco el corazón, quizás incluso te haga respirar más hondo. Porque cuántos dolores, cuántas cargas innecesarias llevamos en nombre de lo que alguna vez llamamos "amistad", "familia" o "lealtad".
Y es que, muchas veces, no es que seamos malas personas, ni que estemos rotos sin remedio. Lo que ocurre es que vivimos en un entorno emocional que a menudo nos empuja a ser el basurero emocional del otro. Absorbemos su rabia, su frustración, sus vacíos. Y como no sabemos poner límites o tal vez no nos enseñaron a hacerlo, cargamos con culpas que no nos pertenecen.
A lo largo del tiempo, he meditado mucho sobre las críticas. No hablo de las constructivas, que vienen de alguien que te quiere y te respeta. Hablo de esas que te dejan un sabor amargo, que parecen más un juicio que un consejo. Me di cuenta de algo revelador: muchas veces, quien critica con dureza es quien menos tolerancia tiene a ser señalado. Es curioso, pero hay personas que no soportan verse al espejo, así que te convierten a ti en su reflejo distorsionado. Descargan sobre ti lo que no soportan de su propia historia.
Te hacen sentir pequeño, insuficiente, torpe, innecesario. Y tú lo crees. Porque cuando alguien que supuestamente te quiere o te valora te lo dice, uno baja la guardia. Pero no es tu verdad, es la suya. Lo que verdaderamente sucede es que el otro se ha desbordado emocionalmente y ha soltado esa carga justo donde tú estabas. No porque lo merezcas, sino porque estás disponible.
Y aquí va una verdad incómoda pero necesaria: no todo lo que te dicen es tuyo. No todo lo que sientes tiene que ver contigo. Hay emociones que no son propias, pero que aprendimos a cargar porque nos acostumbramos a poner al otro por encima de nuestro propio bienestar.
Por eso es fundamental trabajar en lo que llevamos dentro. No por egoísmo, sino por amor propio. Porque cuando estás lleno de ti mismo, con tus luces y tus sombras integradas, puedes reconocer con más claridad lo que viene de afuera y lo que nace de ti. Y entonces, las críticas ajenas ya no te desestabilizan tanto. Las observas, tal vez te duelen por un momento, pero no te rompen. Porque ya no tienes heridas abiertas donde esas palabras puedan anidar.
Habrá momentos en que te sientas abrumado, agotado por la toxicidad de ciertas relaciones. Pero recuerda: no eres un vertedero emocional. No estás aquí para absorber todo lo que el otro no sabe manejar. Si te han hecho creer eso, cuestiona esa creencia. Rompe con ella. No justifiques lo injustificable. No te pongas a explicar tu valor a quien no está dispuesto a verte.
Y cuidado, también: a veces, sin darnos cuenta, podemos ser nosotros quienes volcamos nuestros miedos y frustraciones sobre los demás. Por eso, trabajar en uno mismo no es solo una herramienta de defensa, también es una forma de no convertirnos en aquello que tanto daño nos hizo. Todo lo que no sanamos, lo repetimos. Y lo que no se transforma, se transfiere.
Usa el perdón como una medicina, pero no como una excusa. El perdón no implica olvidar o minimizar lo que viviste. Implica soltar la atadura emocional con aquello o con aquel que te hirió. Perdonar es dejar de cargar con una mochila que no te pertenece. No se trata de justificar el daño que te hicieron, sino de liberarte del poder que eso aún tiene sobre ti. El perdón es un acto de dignidad, un gesto de amor hacia ti mismo.
Este texto, estas palabras, las dedico a ti y a todas esas personas que, en algún momento, han tenido que ser fuertes por fuera mientras se rompían por dentro. A esos amigos y amigas, tuyos y míos, que descansan profundamente luego de descargar en otros sus emociones no procesadas. No siempre lo hacen con maldad; a veces lo hacen porque no saben otra forma de sobrevivir. Y si puedes, perdónales. No por ellos, sino por ti. Porque cargar con resentimiento es como beber veneno esperando que el otro muera. No vale la pena.
Un aplauso enorme, también, a esos seres humanos que te aman incluso cuando tú mismo te sientes imposible de amar. Que están ahí sin condiciones, sin pedirte que seas perfecto, sin exigirte que estés bien todo el tiempo. Ellos son tu tribu. Cuídalos, valóralos, no los des por sentado. Su amor es medicina, su presencia es un refugio.
Creo profundamente que, si cada uno de nosotros hiciera el trabajo interno de conocerse, aceptarse y transformarse, podríamos vivir en un mundo más empático y menos violento. No tendríamos que herir para sanar, ni castigar para sentirnos vistos. La clave está en dejar de proyectar y empezar a reflexionar.
Porque al final, la verdadera fuerza no se mide en cuántas críticas soportas sin quebrarte, sino en cuánta paz puedes mantener mientras el mundo a tu alrededor se desordena. La autoestima no es arrogancia, es claridad. Es saber quién eres y qué no estás dispuesto a aceptar, aunque eso implique perder a alguien. A veces, perder a quien no supo valorarte es el mayor acto de amor propio.
Así que, si alguna vez te han criticado, si alguna vez te han hecho sentir menos, si te han culpado por cosas que no eran tuyas, quiero decirte algo: no estás solo. Muchos hemos pasado por ahí. Y aunque duele, también te fortalece. Porque cada vez que decides sanar en lugar de reaccionar, creces. Cada vez que eliges amarte a ti mismo en lugar de mendigar afecto, floreces.
Que nadie te convenza de que eres demasiado sensible, demasiado intenso, demasiado complicado. Lo que eres es profundo, humano, real. Y en un mundo donde todo se disfraza, ser real es un acto de valentía.
Sigue creciendo. Sigue sanando. Y cuando te sientas listo, ayuda a otros a hacer lo mismo. Porque todos estamos caminando, a nuestro ritmo, tratando de encontrar un poco de paz en medio del ruido.
Miguel Cuartero
Orientador Familiar