¿Qué espero de la vida y qué espera ella de mi?

Autor:

¿Qué espero de la vida y qué espera ella de mi?

Cuando un niño aprende a caminar y se cae cincuenta veces, nunca se dice a sí mismo: “Tal vez esto no es para mí”. No renuncia. No duda. No se pregunta si es capaz o si está hecho para eso. Simplemente se levanta, lo intenta una y otra vez, con la misma curiosidad e ilusión en los ojos. Y si lo miras de cerca, te das cuenta de que ni siquiera está pendiente de sus caídas. Está concentrado en lo que quiere: avanzar.

Y esa es, quizás, una de las grandes enseñanzas que nos da la infancia. Cuando somos pequeños, todo es nuevo. El mundo es una aventura constante. No hay miedo al ridículo, no hay preocupación por el qué dirán, no hay comparación con otros. Hay deseo, pasión, y una convicción natural de que todo es posible.

Pero con el tiempo, algo cambia. Aprendemos otras cosas. Aprendemos a tener miedo, a autocensurarnos, a sentir culpa por desear algo diferente a lo establecido. Escuchamos frases como “eso no es para ti”, “no sueñes tanto”, “sé realista”, y de forma casi invisible, vamos bajando los brazos. Empezamos a dejar de intentar.

Yo recuerdo con claridad ese deseo de caminar sin caer. Era como si el mundo entero me esperara al otro lado de mis pasos inseguros. Y después de mil tropiezos, lo logré. Esa victoria fue solo mía, pero también fue un símbolo de todo lo que vendría después. Cada nueva etapa de la vida me ha pedido lo mismo: perseverancia, paciencia, y una enorme capacidad de volver a empezar.

Sin embargo, hoy me doy cuenta de lo difícil que se vuelve avanzar cuando uno está atrapado en las exigencias del “deberías”. Deberías comportarte así. Deberías trabajar de esto. Deberías tener esto a tal edad. Deberías estar más conforme. Deberías ser “normal”. Esas palabras pesan, y no porque tengan valor real, sino porque nos las repiten tanto que empezamos a creerlas.

Y el mundo, con sus estructuras rígidas, no siempre está preparado para quienes quieren ser auténticos. Se nos empuja a encajar, a pertenecer a un molde, a replicar lo que otros han hecho. Pero ¿y si no queremos ser una copia más? ¿Y si lo que nos hace únicos es precisamente eso que nos enseñaron a ocultar?

Ser libre es un acto de valentía. Y a veces, esa libertad resulta incómoda para una sociedad que prefiere lo predecible. La domesticación —porque eso es lo que ocurre, nos domestican emocional y mentalmente— empieza en la infancia y continúa en la adultez. Nos enseñan a ser “buenos”, no a ser nosotros mismos.

Hoy se valora tenerlo todo bajo control. Se vende la idea de un mundo perfecto, de que “todo está resuelto”, de que vivimos en una especie de paraíso moderno donde solo hay que seguir las reglas y todo irá bien. Pero eso, en el fondo, es una gran mentira. Es una ilusión bien empaquetada para que no cuestionemos, para que no pensemos, para que no deseemos algo más profundo.

Nos hacen creer que nos cuidan, que no hay nada de qué preocuparse. Pero en realidad, lo que se busca es que no molestemos, que no aspiremos a más, que no generemos incomodidad con nuestras preguntas, con nuestras búsquedas personales.

Y, sin embargo, lo que realmente importa es otra cosa. Lo que de verdad tiene valor es nuestra individualidad. Es nuestro criterio. Nuestros sueños. Nuestra capacidad de mirar la vida de frente y preguntarnos: ¿Qué quiero yo? ¿Qué necesito para sentirme pleno?

La vida no está hecha para seguir un guion ajeno. Está hecha para que la respondamos con autenticidad, con compromiso, con coraje. Cada caída es una oportunidad para revisar dónde estamos y hacia dónde vamos. Nadie vendrá a levantarnos siempre. Es parte del viaje aprender a levantarse solo, con dignidad, con amor propio.

Y ojo, no se trata de no necesitar a los demás. Al contrario, la compañía es hermosa, necesaria, sanadora. Pero hay momentos en los que solo nosotros podemos hacer el trabajo interior. Solo nosotros podemos caminar nuestro propio camino, descubrir nuestras respuestas, decidir cómo queremos vivir.

Decir: “Esto no es para mí” es cerrar una puerta antes de haberla tocado. Es renunciar a la posibilidad de aprender, de crecer, de cambiar. En lugar de eso, podríamos decir: “Aquí hay una lección de vida. Tal vez no sea fácil, pero vale la pena”. Porque sí, la vida a veces es dura. Pero también es generosa. Nos pone a prueba, sí, pero también nos entrega las herramientas necesarias para superar esas pruebas.

Tener una actitud de gratitud ante la vida no significa conformarse. Significa reconocer que estamos vivos, que tenemos la oportunidad de elegir, de reconstruirnos, de amar, de aprender. La gratitud no es pasividad, es conciencia. Y desde esa conciencia nace la verdadera libertad.

Personas con criterio propio, con mirada crítica, con ganas de crear algo distinto… eso es lo que necesita este mundo. No necesitamos más gente obediente, necesitamos más gente despierta. Personas que se atrevan a sentir, a cuestionar, a abrazar sus propias contradicciones y aun así seguir caminando.

Viktor Frankl, que sobrevivió a lo más atroz que un ser humano puede vivir, lo expresó con claridad: “No depende de lo que esperamos de la vida, sino de lo que la vida espera de nosotros”. Esa frase cambia la perspectiva. Nos pone en un lugar activo. No somos víctimas de la vida, somos participantes. Podemos responderle con valor, con creatividad, con amor.

La vida te ha elegido a ti. No como una carga, sino como una posibilidad infinita. Todo está hecho para ti, pero también todo depende de ti. ¿Qué harás con lo que te ha sido dado? ¿Cómo responderás a esta oportunidad de existir?

No necesitas ser perfecto. Solo necesitas estar dispuesto. A sentir, a fallar, a volver a intentarlo. A amar con más fuerza. A caerte y levantarte una vez más. Porque cada paso que das, aunque tambalee, es parte de tu camino.

Y si alguna vez dudas, recuerda al niño que fuiste. Ese que no se rendía. Ese que no entendía de fracasos, porque para él, cada caída era solo una pausa antes del próximo intento. Recupera esa parte de ti. No está tan lejos como crees.

La vida no te pide que seas otra persona. Solo te pide que seas tú. Con todo lo que eso implica. Con tu historia, con tus heridas, con tu forma única de ver el mundo. No tienes que encajar. Tienes que florecer. A tu manera, en tu tiempo.

Porque al final del día, la pregunta no es qué le pides tú a la vida. La pregunta verdadera es: ¿qué quiere la vida de ti?

Y tal vez, solo tal vez, la respuesta sea: que vivas con todo el corazón.

Miguel Cuartero

Orientador Familiar

¿Qué espero de la vida y qué espera ella de mi? - 1, Foto 1
Murcia.com