Sembrar sentido: el compromiso de dejar un mundo mejor

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Sembrar sentido: el compromiso de dejar un mundo mejor

En un mundo marcado por el sufrimiento, la violencia, la injusticia y el desencanto, muchos se preguntan si realmente es posible dejar un mundo mejor del que encontramos. Esta pregunta, que parece ingenua en ciertos contextos, contiene sin embargo una semilla de esperanza muy importante: la convicción de que, más allá de los errores de la humanidad, cada ser humano posee dentro de sí un potencial para contribuir con sentido, con amor y con responsabilidad a la construcción de una realidad más digna, más humana, más justa.

En el libro El mundo no es perfecto, pero podemos mejorarlo de Alexandre Batthyány y Elisabeth Lukas, se recoge un testimonio de Hermann Kesten, escritor alemán, quien en 1928 observaba con asombro y esperanza cómo una nueva generación de jóvenes, sacudidos por el horror de la Primera Guerra Mundial, se levantaba con el deseo genuino de transformar la realidad. Escribe:

Hoy (1928) hay en Europa, en América, en todo el mundo, y también aquí en Alemania, una serie de jóvenes escritores que han ido saliendo (…) durante los últimos dos o tres años; jóvenes en cuyas mentes, en cuyos corazones y en cuyas cabezas perdura todavía el estremecimiento de una guerra mundial. (…) Son jóvenes tremendamente vitales, que están descontentos con el curso habitual del mundo, e incluso creen que podrían mejorarlo. Entre ellos hay también jóvenes indignados de que el mundo sea tan malvado; jóvenes que querrían mejorar las cosas para los demás, o al menos para sí mismos, y que saben que, si quieren que a ellos les vaya mejor, también debe irles mejor a los demás.”

Esta última frase —“si quieren que a ellos les vaya mejor, también debe irles mejor a los demás”— contiene una verdad esencial. No hay bienestar individual sin un mínimo de bienestar colectivo. No se puede florecer plenamente en un terreno contaminado de odio, miseria o desinterés. Sin embargo, como señala Elisabeth Lukas, muchos de aquellos jóvenes idealistas, con el paso del tiempo, terminaron cayendo en las trampas de la vida y de la sociedad. Algunos incluso participaron en la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo pudo ocurrir que quienes soñaban con un mundo mejor terminaran contribuyendo a uno aún peor?

 

¿Por qué es tan difícil mejorar el mundo?

La historia de la humanidad está plagada de buenas intenciones que no siempre se concretan. Nos educan con ideales, pero la realidad suele oponerse con fuerza. La adultez nos enfrenta con desafíos, contradicciones, decepciones, y a menudo, con la seductora tentación de adaptarnos pasivamente a un mundo que ya no entendemos o que nos duele. Como apunta Lukas, cuando la vida carece de sentido, el ser humano cae en el vacío existencial, en la desesperanza, en el cinismo o en la violencia.

Por ello, la pregunta no es solo cómo cambiar el mundo, sino cómo sostener el sentido y el amor al mundo incluso cuando este nos hiere. Esa es, quizás, la mayor revolución que propone la logoterapia: no esperar que el mundo nos ofrezca razones para amar, sino encontrar razones para amar incluso en medio del dolor.

¿Existe una fórmula para transformar el mundo?

No hay recetas mágicas, pero sí hay caminos. Para Elisabeth Lukas, inspirada en Viktor Frankl, el cambio empieza en lo más cercano, en lo que cada uno de nosotros puede asumir como responsabilidad. No se trata de cambiar países enteros, sino de influir positivamente en nuestro entorno: la familia, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo. El cambio global comienza por el compromiso personal.

Y ese compromiso no se construye solo con grandes discursos ni con acciones espectaculares. Se edifica en el silencio de las decisiones diarias, en cómo respondemos al otro, en cómo educamos, cómo trabajamos, cómo amamos. A menudo, los mayores cambios se gestan en lo invisible.

El camino del amor y del sentido

Decía Einstein que el amor es una fuerza universal, aún más poderosa que la gravedad. Y aunque su frase es más una reflexión poética que una afirmación científica, su profundidad es innegable. El amor, entendido como interés intenso por el otro, por su dignidad, por su bienestar, por su existencia, tiene un poder transformador.

El amor nos llama a trascender nuestro egoísmo, a salir de nosotros mismos, y esa es precisamente la clave del sentido. Para la logoterapia, el sentido se encuentra en la relación con algo que nos trasciende: una causa, una persona, una comunidad.

No hay crecimiento sin entrega. No hay humanidad sin compasión. No hay futuro si el amor no ocupa un lugar central en nuestras decisiones personales y colectivas.

El riesgo del desencanto

A lo largo de la vida, muchas personas comienzan con ideales nobles, pero con el paso del tiempo se sienten desilusionadas. Pierden la esperanza. Piensan que todo intento de mejora es inútil. Que los sistemas son demasiado corruptos, que la sociedad no cambiará, que el ser humano es esencialmente egoísta. Este pensamiento, aunque comprensible, es una forma sutil de rendición.

Para Lukas, la clave está en preservar la libertad interior, incluso en los contextos más difíciles. Nadie puede arrebatarnos la capacidad de elegir nuestra actitud. Nadie puede quitarnos la posibilidad de hacer el bien, de tener gestos de humanidad, aunque estemos rodeados de oscuridad. Esa es una de las enseñanzas fundamentales de Frankl en El hombre en busca de sentido.

¿Por dónde empezar?

La tentación de esperar soluciones externas, lejanas, es una forma de evadir nuestra propia responsabilidad. El cambio empieza en lo inmediato, en lo próximo. Empieza en uno mismo. Empieza con el vecino con quien hablamos, con el hijo que educamos, con la persona desconocida a la que respetamos. Cada pequeño acto justo, compasivo, valiente o generoso, cuenta.

Y aunque no veamos los frutos, sembramos una semilla. Una semilla de sentido, de posibilidad, de esperanza. Quizá no veamos el árbol crecer. Quizá ni siquiera florezca en esta generación. Pero el acto de sembrar ya es, en sí mismo, un gesto de amor al mundo. Un acto profundamente humanizador.

Herramientas para un mundo mejor

No se trata de acumular poder, riqueza o fama. Las herramientas del verdadero cambio son más humildes y más profundas:

  • La escucha activa, que permite que el otro se sienta comprendido y valorado.
  • La palabra responsable, que construye, que guía, que anima.
  • El trabajo bien hecho, aún en lo pequeño, como forma de dignificar la vida.
  • La empatía auténtica, que no se queda en el sentimentalismo, sino que nos mueve a actuar.
  • La capacidad de perdonar, que rompe las cadenas del resentimiento.
  • El compromiso ético, que nos impide actuar solo por interés propio.

Estas herramientas no requieren dinero, ni estudios avanzados, ni cargos de autoridad. Requieren solamente una decisión: la de vivir con sentido, por y para los demás.

¿Y si fracasa nuestro intento?

Puede que nunca veamos el cambio que soñamos. Puede que nuestros esfuerzos no tengan el eco esperado. Puede que el mundo siga su curso indiferente. Pero como enseña Lukas, no se trata del éxito externo, sino de la fidelidad al sentido interior.

Vivir con sentido no garantiza el aplauso del mundo, pero sí da paz. Nos convierte en seres coherentes, íntegros, capaces de mirar hacia atrás y saber que hicimos lo que pudimos, con lo que tuvimos, en el tiempo que nos tocó vivir.

La herencia invisible

Quizá la mejor herencia no sea un mundo perfecto, sino una generación que haya aprendido a vivir con valores, con responsabilidad, con apertura a la trascendencia. Una generación capaz de distinguir entre el tener y el ser, entre el éxito aparente y la plenitud profunda. Una generación que haya aprendido a buscar sentido en cada circunstancia, incluso en las más adversas.

No todo lo que sembramos permanecerá. Muchas cosas se perderán. Pero si logramos tocar el corazón de una persona, si inspiramos a un hijo, si dejamos una huella de bondad en alguien, entonces ya hemos contribuido a un mundo mejor.

En concreto: Una llamada a la esperanza activa

Dejar un mundo mejor no es una utopía ingenua. Es un compromiso diario con el bien, con el sentido, con el otro. Es una forma de vivir que se rebela contra el nihilismo y la indiferencia. Es elegir cada día amar, a pesar de todo.

No todos cambiarán. No todo será justo. Pero cada ser humano que decide vivir con sentido, deja una estela de humanidad que permanece.

Como dijo Viktor Frankl:

"A un ser humano se le puede arrebatar todo, excepto una cosa: la última de las libertades humanas: elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino."

Esa es nuestra verdadera libertad. Y nuestra responsabilidad.

Miguel Cuartero

Orientador Familiar

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