Fanatismo y tolerancia

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Fanatismo y tolerancia

La susodicha tolerancia ha crecido entre los arbustos del relativismo. Sin verdad, hoy por hoy, no existe tolerancia alguna, pues ella consiste en aceptar y permitir que lo que consideramos, sea quien sea, erróneo o falso pueda ser defendido y, se respeten todo tipo de convicciones distintas a las propias o las carencias de ellas. Tal idea surgiría en Europa en la época de las guerras de la religión. Así, guste o no, la verdad, nada tiene que tolerar ni ser consensuada. El mundo neoliberal y la extrema izquierda (PSOE) no pueden fomentarse desde el relativismo ético, tema que hoy por hoy andan entre sus pieles.

Dicen que vivimos en tiempos de tolerancia y…¡ya no gustaría! Pues el fanatismo no la deja crecer. La ciencia cuando se despoja de toda idea de la dignidad humana también nos puede conducir a la barbarie. Las armas destructivas o la negación de la condición personal de la persona son dos claros ejemplos. No es cierto que todas las religiones sean iguales a este respecto. Entre las monoteístas el cristianismo es la única que carece de un derecho revelado que haya que imponer a la sociedad. Y esta es una diferencia muy importante pues conduce a la separación entre la religión y el poder temporal. Que en muchas ocasiones no se haya respetado este principio no impide que exista y que haya sido fundamental para la conquista de la libertad política. Además, se trata de una religión que nació vinculada a la cultura clásica, griega y romana. De ahí que pueda hablarse de la "religión del Logos". De Belén no puede proceder legítimamente ninguna forma de fanatismo, porque lo que allí nació fue el amor y la verdad hechos hombre.

El fanatismo puede apoderarse y, se apodera con cierta frecuencia, de la derecha y de la izquierda. Más aún, la izquierda radical es, constitutivamente, maniquea. En ella residen la justicia, la verdad y el bien absolutos. En contra de una opinión muy extendida, el relativismo es solo una cara que ofrece el radicalismo, pero en realidad no niegan la verdad. Simplemente pretenden apoderarse de ella e imponerla. Acaso el marxismo y el buenismo neoliberal no conduzca necesariamente al exterminio masivo de personas, pero sí existe un camino que pueda conducir desde él a una cierta "casa del terror". Y ciertamente ese camino, se ha recorrido muchas veces y se sigue utilizando. Por el contrario, de las ideas (Tocqueville), es imposible caminar hacia algo así.

Se suele aducir que la Iglesia pretendió apoderarse de las conciencias y, claramente, no me consta, pero ahora lo hacen los diferentes radicalismos. Nada desean tanto como imponer el pensamiento forzoso o, desde el silencio, con guante blanco, llevarte al barranco más profundo. Lo de "prohibido prohibir" sería una enfermedad pasajera. Ahora, la consigna es "prohibido permitir", lema clave del fanatismo e ideal de la intolerancia. Incluso, invirtiendo el buen sentido y el orden de las cosas, se toleran insultos, blasfemias y se proscriben opiniones, juicios, valoraciones y silencios que lo dicen todo, que no gustan al poder.

La tolerancia no surge en Europa porque aquí las guerras y odios fueran mayores que en otros lugares, sino porque solo en ella se produjo una forma de vida que perseguía los ideales del cristianismo, como hoy, unos y otros, y de la cultura clásica. No nos puede extrañar que la extensión del olvido de estos ideales esté produciendo el auge del fanatismo y de la intolerancia.

Mucho menos, los grandes silencios de esos cristianos que llevan en sus manos una vela a Dios y otra al diablo y, como decía Benedicto XVI, "aquellos que callan, que no salen a las gradas, los que no alzan la voz, los que llevan a sus espaldas triple vida, no lo duden, de alguna manera…" también andan jugando, peloteando y amasando en sus carnes las intolerantes vidas y fanatismos muy lejos de sus realidades. "Saber elegir en pro de la verdad siempre se está a tiempo".

MARIANO GALIÁN TUDELA

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