Educar con el corazón en tiempos de pantallas: recuperar el sentido del ver, oír y callar

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Educar con el corazón en tiempos de pantallas: recuperar el sentido del ver, oír y callar

Recuerdo con mucho cariño aquellos años de mi infancia en los que mis padres me transmitían, con gestos sencillos pero cargados de sabiduría, los valores esenciales de la convivencia. Una de las enseñanzas más repetidas, que se grabó en mi mente y en mi corazón, era la del conocido dicho: "ver, oír y callar". Esta frase venía acompañada de la imagen de tres simpáticos monitos: uno tapándose la boca, otro los oídos y el tercero los ojos. Parecía algo trivial, pero en realidad representaba virtudes importantes: la prudencia para saber hablar en el momento justo, el respeto para saber escuchar y el recato para mirar con discreción.

No solo me alegró la manera en que fui educado por mis padres y mis primeros maestros, sino que también valoro cómo me ayudaron a construir una personalidad basada en el respeto, el silencio reflexivo y la escucha activa. Me enseñaron a ser humano entre los humanos, a convivir, a pensar antes de hablar, a observar sin invadir, y a escuchar con el corazón. Esas actitudes me formaron no solo como hijo, sino también como futuro padre.

Con el tiempo, la vida avanza, y el mundo cambia. Hoy, como abuelo, observo que los valores también evolucionan. Algunas virtudes se mantienen, otras se transforman y no pocas se diluyen. Es fácil caer en la tentación de pensar, como lo hacía mi abuelo, que todo tiempo pasado fue mejor y que "el mundo se va al garete". Pero quizá la cuestión no es juzgar si los valores de hoy son mejores o peores, sino preguntarnos si los estamos transmitiendo con la misma pasión, dedicación y presencia que lo hicieron nuestros mayores.

En este contexto, aparece un cuarto "monito" que ha revolucionado todo el esquema de la educación silenciosa. A diferencia de los tres primeros, que nos invitaban a un autocontrol de los sentidos en función de la convivencia, este nuevo personaje no se tapa los ojos, ni los oídos ni la boca. Simplemente, no ve, no oye y no habla... porque está absorto en una pequeña pantalla brillante: su teléfono móvil. Este nuevo monito parece ajeno al mundo, aislado de la realidad inmediata, prisionero de un universo virtual que le consume tiempo, atención y, lo que es peor, el alma.

Vivimos en una era tecnológica que ha traído muchos beneficios, pero también nuevos desafíos para las familias. Los dispositivos móviles han colonizado nuestras casas, nuestras rutinas y, lamentablemente, nuestras relaciones. Cada vez son más los "cuartos monitos" en nuestras familias: niños, adolescentes y adultos que han perdido la capacidad de mirar a los ojos, de escuchar con atención, y de hablar con verdad. La comunicación se ha vuelto más rápida, pero menos profunda. Estamos hiperconectados, pero más solos que nunca.

Y así, sin darnos cuenta, hemos sustituido el acompañamiento emocional por la distracción digital. Nos cuesta estar presentes de verdad, porque nuestra atención está dividida entre lo que ocurre en la mesa familiar y las notificaciones del móvil. Hemos entregado a nuestros hijos el "cuarto mono" como si fuera un juguete inocente, sin advertir que muchas veces es una herramienta que los aísla del mundo, que sustituye nuestra presencia por una pantalla.

La persona humana no está hecha para el aislamiento. Necesitamos del contacto, del diálogo, del abrazo, de la mirada sincera, del silencio compartido. Cuando eso se pierde, aparece el vacío existencial, esa sensación de que la vida no tiene sentido. Y muchos jóvenes se lo preguntan con angustia: "¿Para qué vivir?". Es un grito silencioso que a veces se esconde tras una pantalla, una mirada pérdida o una rebeldía sin causa.

Nuestros hijos e hijas no necesitan tanto control como acompañamiento. No se trata de prohibir por prohibir, sino de acompañar con amor, presencia y coherencia. Necesitan que seamos ese "monito" que ve con ternura, que escucha con atención, que calla cuando es necesario, y que habla cuando es oportuno. Un monito que no teme abrazar, corregir con firmeza y ternura, y que se atreve a desconectarse del móvil para conectar de verdad con su hijo.

Este "cuarto mono" no es necesariamente un enemigo. Puede convertirse en un aliado si lo educamos con sentido. Si lo usamos como una herramienta para unirnos, para crear, para aprender, para compartir. Pero eso requiere educación en libertad interior. Requiere que enseñemos a nuestros hijos a poner límites, a elegir con criterio, a usar la tecnología sin ser usados por ella.

Educar hoy es, más que nunca, un acto de resistencia amorosa. Es volver a darle valor a los gestos sencillos: comer juntos sin pantallas, conversar al final del día, hacer una caminata sin auriculares, mirar el rostro del otro sin prisa. Es enseñar que la verdadera conexión no depende de la Wifi, sino del corazón.

Los padres y madres de hoy tenemos un desafío inmenso. No se trata de volver al pasado, sino de rescatar lo mejor de él para iluminar el presente. Devolverle sentido al "ver, oír y callar" como actitudes humanas importantes y serias. Ver con empatía, oír con atención, callar con sabiduría. Y al mismo tiempo, hablar con verdad, mirar con amor y escuchar con compasión.

Debemos crear en casa espacios para la reconexión, pequeños rituales que fortalezcan los lazos: el momento del desayuno sin celulares, la noche de película en familia, la oración antes de dormir, el paseo de los domingos. Esas pequeñas rutinas crean grandes memorias afectivas. ¡Y cómo las necesitan nuestros hijos!

También nosotros, como adultos, debemos educarnos. Necesitamos revisar cómo usamos el tiempo, cuánta energía invertimos en lo esencial y cuánta en lo superficial. El ejemplo arrastra más que mil sermones. Si queremos hijos conectados a la vida, debemos ser padres conectados al corazón.

En definitiva, no se trata de eliminar la tecnología, sino de humanizarla. No se trata de controlar por miedo, sino de educar con sentido. No se trata de juzgar, sino de comprender. No se trata de lamentar el pasado, sino de construir un presente con presencia.

Ese es el verdadero reto: ayudar al "cuarto monito" a liberarse, a elegir, a compartir, a mirar de nuevo a los ojos, a volver al silencio que escucha, a la palabra que construye, al corazón que abraza. Educar con el corazón. Allí, donde el amor se hace gesto, palabra, mirada. Allí, donde nuestros hijos aprenderán que vivir vale la pena, con o sin pantalla.

Miguel Cuartero

Orientado r Familiar

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