El cautivo:la farsa

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El cautivo:la farsa

Tras recrear un episodio de la vida de Miguel de Unamuno en Mientras dure la guerra, Alejandro Amenábar se ha fijado en otro ilustre Miguel, el autor del Quijote, para ficcionar los cinco años que pasó prisionero en Argel, después de haber sido apresado por corsarios árabes.

En la versión del director, durante ese tiempo un joven Cervantes tratará de huir en cuatro ocasiones, escribirá piezas teatrales para levantar la moral del resto de cautivos y mantendrá una ambigua relación homoerótica con el gobernador otomano, Hasán Bajá, apodado "el Veneciano". Tal película puede presumir de una magnifica producción y de un notable reparto. A Amenábar hay que agradecerle, además, que nos empuje a leer a uno de los grandes autores del siglo de Oro y a descubrir a personajes como el semi-inédito Antonio de Sosa.

De todas maneras, su director Amenábar nos deja un poso de desencanto- Dice el director que, al principio, se planteó la película a partir de los intentos de huida de Cervantes, como una cinta de aventuras, pero la realidad es que las tentativas están narradas sin ritmo y sin apenas suspense. Después convierte a Cervantes en Sherezade y construye algunos de los momentos más emocionantes de la película, esos cautivos hechizados por un fantasmagórico pañuelo blanco, pero el recurso pierde fuerza por la reiteración. Finalmente, nuestro director pone el acento en la relación de Cervantes con su captor y construye su "propio juego".

Por donde quieras estudiar, los grandes historiadores coinciden en señalar que no existe evidencia alguna que fuese de la "otra acera", la narrativa y la ficción han alimentado este rumor, y dice Amenábar que "renunciar a la trama homosexual de Cervantes sería como renunciar a mi mismo, porque él si que lo es. En estas palabras es posible se resuma el gran hándicap de la película. Y no precisamente por el tema homosexual, secundario es; el gran inconveniente de la cinta es que su director se ha creído Cervantes. O mejor dicho, ha creado un Cervantes a su imagen y semejanza. Y le ha salido un Cervantes descolorido.

Es muy difícil entender a Cervantes aislándolo de su contexto histórico y cultural. Y es peligroso tratar de arrimar demasiado el ascua a la sardina ideológica de uno.. Desde la ficción yo puedo convertir a Cervantes en gay, en mujer o en una sirena. Lo que resultaría más inverosímil es que convirtiese al escritor del Siglo de Oro en un hincha del Atlético Madrid, partidario de Cholo Simeone o en una gran Greta Thunberg luchando contra el cambio climático.

Lo inverosímil de El Cautivo no es que Cervantes fuese de tal manera, es que afrontara la muerte como si fuese un influencer posmoderno recitando una frase de Mister Wonderfull. Con lo en serio que se tomaban en aquella época la muerte, el cielo y el infierno. Basta leer algunas páginas de la Obra de Cervantes para echar de menos en la película las señas identitarias del escritor. Que son señas identitarias, por otra parte, de todo un período histórico. El de Amenábar es un Cervantes de pensamiento débil. No hay apenas ilusión a aspectos claves de sus obras. Apenas se habla de la dignidad humana, ni de la honra, ni de la verdad, ni del destino eterno, ni del perdón, ni de la caridad hacia los enemigos. Incluso cuando se habla de libertad o de amistad, dos de los grandes temas del autor, se hace de forma algo mutilada: es una libertad sobre todo física y una superficial camaradería.

Y lo mismo ocurre con la religión, un tema omnipresente en la película… y no digamos en la obra del autor Los trabajos de Persiles y Segismunda . Amenábar aprovecha para convocar a sus demonios personales. Para el cineasta, la religión es sinónimo de fanatismo, los dogmas tradicionales, y la Iglesia, cuna de oscurantistas. Y, claro, en este tema, como en el de la sexualidad, tampoco Cervantes se va a levantar de la tumba para llevarle la contraria a Amenábar.

En la vida real y en la ficción, poner a un muerto ilustre a defender los colores de tu equipo no es un recurso novedoso. Ni entraña ningún riesgo. Otra cosa es que en la vida real sea poco ético y que en la ficción pueda herir de muerte la emoción y la conexión con el espectado.

En definitiva: toda una farsa.

MARIANO GALIÁN TUDELA

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