El tema de la corrupción lo he tratado en varias de mis columnas en numerosas ocasiones. Hay motivos más que suficientes para preocuparnos por esta lacra en esta España nuestra, cosa que tampoco es una novedad, pero que es un aviso a navegantes despistados y malpensados : se produce en todos los regímenes políticos.
La corrupción no la trae bajo el brazo la democracia, y nos quejamos con razón de la corrupción de algunos políticos y luego se les vota : aquí algo no encaja.
Por ello, no tengo otra opción que hacerme una pregunta : ¿cómo es posible que una clase política tan incompetente y corrupta haya surgido de una sociedad pura? Insisto, la corrupción ha sido una constante en nuestra historia, salvo momentos concretos.
Para hacernos una idea, el libro del historiador e hispanista británico Paul Preston, “Un pueblo traicionado”, desarrolla la tesis de que la corrupción constante, junto a la incompetencia política, ha provocado falta de cohesión social, sofocada a menudo por el Estado : de ahí, el pueblo traicionado.
Paul Preston excluye como períodos más limpios el primer bienio de la II República y los primeros quince años de la democracia. El historiador afirma que los dos períodos corruptos por excelencia son la dictadura de Primo de Rivera y desde mediados de los años 90 hasta hoy.
La corrupción política puede ser electoral y económica : de la primera un ejemplo fue la Restauración borbónica, ya que votaban los muertos y había urnas en tejados.
De la segunda, destaca el ministro Santiago Alba, que amasó fortunas en la I Guerra Mundial.
Y déjenme plasmar el ejemplo pintoresco de Romanones y Maura en Guadalajara : uno pagaba dos pesetas por voto, el otro ofreció tres, y Romanones acabó ganando ofreciendo un duro a cambio de las tres pesetas de su rival...
Un espectáculo tragicómico. En la dictadura de Primo de Rivera, la corrupción estaba institucionalizada : se recogía dinero para comprarle una casa al dictador mediante «suscripción popular».
De la corrupción actual, todos la conocemos : Gurtel, Koldo, Cerdán... Hoy, el electorado progresista se siente traicionado por quienes decían representar sus ideales, y la corrupción se ha revelado como una enfermedad crónica del sistema.
En un país, si existe corrupción y corruptos es porque hay corruptores. Lo más grave es que unos pocos puedan dinamitar cualquier proyecto político. Sigamos con algún ejemplo más : en la Restauración borbónica, el pueblo no era consciente de la corrupción por el analfabetismo.
En las dictaduras no se podía denunciar, pero hoy, con mayor nivel cultural, no castigamos con el voto a políticos corruptos. No recuerdo bien el título de la película donde un político corrupto afirma : «Me han votado para que prevarique, engañe y corrompa, y no les voy a defraudar».
El canciller alemán Willy Brandt lo expresó claramente : «Todos sus gobiernos se han esforzado por arruinarlo y aún no lo han conseguido».
También hay quien afirma que “donde hay corrupción hay complicidad del grupo político y también de toda la sociedad : empresarios, medios y funcionarios que callan, y una sociedad que la tolera”.
Otros sugieren que el enfoque jurídico o penal es insuficiente, y la clave está en mejorar la calidad de gobierno. La corrupción no es una enfermedad, es una norma de sociedades particularistas donde se antepone el grupo al interés general, y gracias a la competitividad se “enfrenta” el problema.
En cambio, las sociedades que instauran un universalismo ético, con reglas claras y compartidas, consiguen limitarla. Para lograrlo, se necesita una sociedad civil consciente y organizada, con voluntad de transformar las reglas del juego, y el objetivo no es sólo castigar la corrupción, sino acabar con la lógica clientelar y particularista..
La clave de las reformas pasa por impedir que se use lo público como herramienta de red clientelar, y eso requiere buen gobierno, y la buena gobernanza debe incluir respeto a los derechos humanos, transparencia, legalidad, imparcialidad, capacidad y estabilidad.
