No recuerdo qué autor dijo una vez que “cuando las personas educadas y discretas permanecen calladas por cortesía y respeto a los demás, los imbéciles vociferantes y agresivos se multiplican en progresión aritmética”.
Al leer esa afirmación puedes pensar que eso debe ser por compensación, ya que la naturaleza humana suele ir a lo suyo.
En el Congreso de los Diputados y en la vida política en general lleva bastante tiempo sucediendo tal cosa, pero con dos agravantes : uno, que tal estado de salvajismo comunicativo ha saltado a la calle y está contagiando al personal, desde los partidos que se autodenominan «políticos» al trato social cotidiano; y dos, que parece ser un síntoma de estos tiempos desnortados afectados por corrosivas ideologías que genera “infecciones” de la primera mitad del siglo XX, que son causa y raíz de dos guerras mundiales... Y tengamos presente que no hay dos sin tres a tenor de lo que ocurre.
Ateniéndonos a nuestra clase política –no toda, afortunadamente–, las barbaridades que se han escuchado últimamente en el Congreso hubieran provocado el inmediato repudio de casi todos los políticos de otros tiempos.
Y hoy no hablamos de políticos de segunda o de tercera categoría (que es un primor el léxico descarriado que esos gastan...), sino de los que «brillan» en cabeza de cartel.
Lo curioso es que por todos los frentes de la batalla general del hemiciclo no cesa de mencionarse una palabra, que no es otra que «decencia», que de forma indecente se arrojan unos a otros como proyectiles.
Desde las salas de prensa a las mismísimas bancadas de las Cortes, una legión de individuos agresivos van haciendo cada día más difícil la convivencia y la labor profesional en la Cámara.
Y a propósito, los periodistas llevan ya algún tiempo pidiendo protección ante supuestos colegas, con acreditación incluida, que les hostigan e insultan, y difunden por el Congreso la sentencia de que hay que defender «su» libertad de prensa, no la de todos los demás, y que los informadores «de verdad», más que víctimas, son los causantes del malestar (parece que se prepara una reforma del Reglamento para cribar la autenticidad de tales individuos).
Pero eso no es nada comparado con el rifirrafe de los políticos profesionales en todos los niveles con intervenciones con referencias insultantes de tipo personal o familiar, descalificaciones, gestos y gritos soeces, aplausos groseros...
¿Saben sus señorías que constituyen un ejemplo pernicioso? Ellos corrompen y deshumanizan el ejercicio de la política... Ellos están causando un mal irreparable a la vida social, al sentido de la decencia, la educación y la cortesía de este país.
Las escenas que protagonizan en el Congreso Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo son una vergüenza nacional e histórica que resume el desvarío de esta época de crepúsculo, y augura males mayores. Quizá debamos pensar que “es mejor un fin con horror que un horror sin fin”.
