De un tiempo a esta parte nos hemos acostumbrado a que los Parlamentos de este país (el nacional y los autonómicos) se hayan convertido en una especie de “ring de boxeo” donde algunos representantes políticos utilizan sus tribunas para insultar a sus rivales.
La tensión que se respira en cualquier Pleno provoca incidentes (más o menos graves) que luego tienen una enorme repercusión en los medios de comunicación, dejando arrinconados los debates importantes sobre nuevas leyes o propuestas de mejoras.
Históricamente, los Parlamentos de algunas Comunidades Autónomas fueron ejemplo de diálogo y respeto, pero eso ya terminó hace un tiempo : las cosas han cambiado mucho, y para vergüenza de los españoles destacan la tensión y la crispación.
Lo triste es que esa crispación entre principalmente el PP y el PSOE no genera argumentos, sino sólo ruido de fondo y desafección ciudadana. Durante el pasado período de sesiones previo a las vacaciones estivales, contemplamos jornadas e intervenciones bochornosas.
Ha llegado el momento de poner el freno y denunciar esas actitudes, que lo único que hacen es ofrecer una imagen lamentable del noble arte del parlamentarismo. Lo grave no es sólo el insulto puntual o cuando se va de las manos un encendido debate, sino el precedente que sienta si no se recula y se pide perdón.... Al final, eso se normaliza y a nadie le escandaliza.
Cuando la bronca se convierte en hábito, la política pierde la capacidad de ser un instrumento de transformación social, y si los ciudadanos dejan de creer en la política, ese vacío lo ocuparán los “incendiarios”, las redes sociales tribunal único y el espectáculo como única forma de conseguir votos.
No se pueden tolerar palabras denigrantes, insultos, ni salidas de tono..., porque los hemiciclos no son cuadriláteros, sino el espacio donde se construyen políticas públicas.
Dentro del debate político hay espacio para el humor, los choques argumentales y las disputas acaloradas, pero siempre manteniendo el respeto y la educación, pero hay líneas rojas que no se deben traspasar, ya que la honra de las personas electas, la dignidad de la representación y la defensa de la propia institución son incuestionables.
Si se quiere recuperar la confianza de la ciudadanía, se necesita que los portavoces que debatan lo hagan con rigor, con datos y sin perder un ápice de “compañerismo parlamentario”, y sí, hay muchos que lo hacen, pero siempre tiene más altavoz el que se salta estas reglas.
Quedan dos años de legislatura si no se adelantan elecciones, y conforme nos acerquemos al 2027, la tensión se elevará y los partidos políticos tomarán posiciones de cara a la cita electoral encendiendo seguramente los debates todavía más.
Esa pugna no es mala : la confrontación de las ideas es lo que nos permite vivir en esta medio democracia actual. Lo realmente perjudicial es que esos debates se conviertan en un festival de improperios, ya que gritar e insultar no convence al votante, sólo cansa a quien lo escucha.
Es hora de exigir responsabilidades claras : quien falte al respeto o convierta la tribuna en un altavoz de descalificaciones debe saber que se enfrentará a sanciones ejemplares. No se puede tolerar que el insulto se normalice como táctica electoral, porque cada agravio erosiona la credibilidad del Parlamento y alimenta la desafección ciudadana.
Si los políticos no son capaces de recuperar la cortesía institucional y sancionar a quienes la quebrantan, habrán fallado a quienes depositaron su confianza en ellos y habrán allanado el camino al espectáculo chabacano en lugar del debate serio que la sociedad demanda y merece.
