Puerto Mar: cuando la excelencia genera sombras infundadas

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Una reflexión sobre la gestión comunitaria en tiempos de crítica fácil

Puerto Mar: cuando la excelencia genera sombras infundadas

Existe en el kilómetro 14 de La Manga un pequeño oasis de convivencia ejemplar. La Comunidad Puerto Mar 1 y 2 no es una urbanización cualquiera: es el resultado de años de gestión meticulosa, de decisiones valientes y de un liderazgo que antepone el bien común a los aplausos fáciles. Sin embargo, como suele ocurrir cuando algo funciona demasiado bien, hay quienes prefieren buscar grietas imaginarias antes que reconocer el valor de lo construido.

El espejo en el que otras comunidades deberían mirarse

Basta con cruzar el umbral de Puerto Mar para comprender que no estamos ante una comunidad de vecinos más. La piscina majestuosa, que podría competir con la de cualquier resort de lujo, es solo el símbolo visible de una filosofía de gestión: aquí nada se deja al azar, todo responde a un criterio de excelencia sostenida.

La limpieza no es episódica ni cosmética; es permanente, sistemática, casi obsesiva en el mejor sentido del término. Los jardines no son espacios descuidados que despiertan cada primavera: están vivos, cuidados, pensados para ofrecer el mejor aspecto durante todo el año. Los servicios de mantenimiento no son cuadrillas ocasionales que aparecen cuando algo se rompe: son equipos profesionales que anticipan problemas, que previenen antes que reparar.

Y detrás de todo esto, hay algo más valioso que la infraestructura: el trato cercano, humano, personalizado hacia cada vecino. En Puerto Mar no eres un número de piso ni una cuota trimestral; eres parte de una comunidad donde se conocen nombres, circunstancias, necesidades.

Juan: el líder incómodo

Dirigir una comunidad de vecinos es, probablemente, una de las tareas más ingratas que existen. Es ocupar un cargo no remunerado donde cada decisión genera descontento en alguien, donde cada gasto necesario es cuestionado, donde cada mejora implementada es insuficiente para algunos y excesiva para otros.

Juan lleva años al frente de Puerto Mar con una máxima clara: que la comunidad brille por su reputación de gestión impecable. Y lo ha conseguido. Pero ese éxito tiene un precio: la incomodidad de quienes prefieren la mediocridad cómoda a la excelencia exigente.

Porque Juan es una persona incansable, justa donde las haya. Y precisamente esa justicia inflexible, esa coherencia inquebrantable, esa capacidad para tomar decisiones difíciles cuando son necesarias, genera anticuerpos en un sector de propietarios que confunde liderazgo con autoritarismo, firmeza con imposición.

La paradoja de los insatisfechos permanentes

Es curioso, cuando no directamente paradójico, que en una comunidad que funciona como un reloj suizo exista un sector que pone en tela de juicio cada actuación de quien ha logrado precisamente ese funcionamiento impecable..

¿Acaso la piscina no está impecable? Lo está.

¿Acaso los servicios no son de calidad? Lo son.

¿Acaso la limpieza no es ejemplar? Lo es.

¿Acaso las cuentas no son transparentes? Lo son.

Entonces, ¿dónde está el problema? El problema, en realidad, no está en la gestión sino en la incapacidad de ciertos propietarios para aceptar que no todo puede decidirse por voto popular, que no toda opinión tiene el mismo peso cuando carece de fundamento técnico o económico, que gobernar una comunidad no es complacer caprichos individuales sino velar por el interés colectivo.

El liderazgo auténtico incomoda

Los buenos gestores no son populares; son efectivos. No buscan caer bien; buscan hacer bien las cosas. Juan representa ese tipo de liderazgo que se ha vuelto incómodo en una época donde confundimos democracia con demagogia, donde creemos que todas las opiniones valen lo mismo aunque unas estén informadas y otras no.

Un presidente de comunidad que realmente hace su trabajo:

Toma decisiones impopulares cuando son necesarias para el mantenimiento del patrimonio común

No negocia la calidad por contentar a quienes solo miran el coste a corto plazo

Exige cumplimiento de normas que algunos consideran "demasiado estrictas" pero que garantizan la convivencia

Planifica a largo plazo aunque eso implique inversiones que incomodan a quienes solo piensan en el trimestre siguiente

Y todo esto, inevitablemente, genera resistencias entre quienes prefieren presidentes decorativos que no tomen decisiones complejas.

El verdadero patrimonio: la reputación

La obsesión de Juan por la reputación de Puerto Mar no es vanidad; es visión estratégica. Una comunidad bien gestionada:

Mantiene el valor de las propiedades: los pisos en comunidades deterioradas pierden valor; en comunidades impecables, lo aumentan

Atrae propietarios de calidad: la gente responsable busca vivir en entornos bien gestionados

Reduce conflictos: las normas claras y aplicadas con equidad minimizan roces entre vecinos

Genera orgullo de pertenencia: vivir en Puerto Mar no es lo mismo que vivir en cualquier sitio

Los críticos de Juan deberían preguntarse: ¿cuánto valdría mi propiedad si la comunidad estuviera gestionada como tantas otras, con jardines descuidados, piscina mediocre, limpieza deficiente y conflictos constantes?

La responsabilidad de la mayoría silenciosa

El mayor problema de Puerto Mar no es el sector crítico que cuestiona a Juan. El verdadero problema es la mayoría silenciosa de propietarios satisfechos que no alzan la voz para respaldar públicamente a quien hace posible que su inversión inmobiliaria se mantenga en condiciones excepcionales.

Es fácil criticar desde el sillón. Es cómodo cuestionar decisiones cuando no se tiene la responsabilidad de tomarlas. Es sencillo poner en duda actuaciones cuando no se conocen los detalles técnicos, legales y económicos que las justifican.

Pero ¿quién está dispuesto a sustituir a Juan? ¿Quién de los críticos asumiría la presidencia y mantendría el nivel actual de calidad, limpieza, servicios y reputación? La respuesta, habitualmente, es un silencio elocuente.

Una reflexión final

Las comunidades de vecinos son microsociedades donde se reflejan las tensiones del mundo real: la confrontación entre interés individual y bien común, entre visión a corto y largo plazo, entre mediocridad cómoda y excelencia exigente.

Puerto Mar tiene la suerte de contar con un líder que ha elegido el camino difícil: la excelencia. Y tiene la desgracia de que ese liderazgo genere incomodidad en quienes prefieren la gestión tibia, la complacencia fácil, el "no hagamos olas aunque el barco se hunda".

Juan no es perfecto; nadie lo es. Pero ha conseguido algo extraordinariamente difícil: convertir Puerto Mar en una referencia de gestión comunitaria. Y eso, lejos de generar críticas, debería merecer reconocimiento.

Porque cuando una comunidad funciona tan bien que sus principales problemas son las quejas de quienes no tienen motivos reales para quejarse, significa que, en el fondo, se está haciendo un trabajo excepcional.

La pregunta que deberían hacerse los críticos es simple: ¿queremos seguir siendo la comunidad ejemplar que somos, o preferimos convertirnos en una más del montón donde nadie asume responsabilidades y todos se quejan de que nada funciona?

Puerto Mar brilla no por casualidad, sino por gestión. Y esa gestión tiene nombre propio: Juan. Quizá sea hora de que la mayoría silenciosa se convierta en mayoría agradecida y visible.

Jose Carbonell Buzzian, aswsor consultor y analista de actualidad

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