La máscara antigua: lo que el poder de Almería ya traía consigo

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La máscara antigua: lo que el poder de Almería ya traía consigo

El escándalo de las mascarillas en la Diputación de Almería ha dejado al descubierto una verdad que preferimos ignorar: la corrupción no llega con el poder, simplemente se hace visible con él. El presidente Javier Aureliano García y su círculo no se convirtieron en corruptos al alcanzar la cúpula de la institución - ya traían la corrupción en su mochila política.

Las Raíces de una Trama Anunciada

Lo que hoy vemos en Almería no es más que la punta del iceberg de una forma de entender la política que se gestó mucho antes de que estos políticos ocuparan sus altos cargos. Las conexiones entre el mundo empresarial y el político, los amiguismos de toda la vida, las lealtades por encima de la legalidad... todo esto ya existía cuando eran simples cargos locales o emergentes políticos en ascenso.

El poder no corrompió a estos dirigentes - solo les dio la oportunidad de llevar a escala institucional lo que ya practicaban a pequeña escala. Las mascarillas fueron la excusa, no la causa. La pandemia les brindó el contexto perfecto, pero la disposición ya estaba ahí, latente, esperando su momento.

El Retrato de una Clase Política Enferma

Cuando miramos los detalles del caso - los mensajes cifrados, las comisiones ocultas, el dinero en efectivo apareciendo en lugares insólitos - no estamos viendo a novatos en el arte de la corrupción. Estamos ante profesionales que aplican con destreza lo que durante años han ido perfeccionando en ámbitos más discretos.

Estos políticos no aprendieron a ser corruptos cuando llegaron a la Diputación. Simplemente trasladaron al ámbito institucional las prácticas que ya conocían, que ya habían normalizado en sus entornos más cercanos. El poder no les cambió - los desenmascaró.

Una Reflexión Incómoda

Tal vez el verdadero problema no sea que el poder corrompa, sino que nuestro sistema permite que lleguen al poder personas que ya traen consigo una particular un derstanding de la política como botín. Personas que ven lo público no como un servicio, sino como una oportunidad.

El caso de Almería nos obliga a mirar más allá del escándalo inmediato. Nos fuerza a cuestionar cómo se selecciona a nuestra clase política, qué trayectorias premiamos, qué antecedentes pasamos por alto en aras de la conveniencia partidista.

¿Hasta qué punto somos cómplices los ciudadanos? ¿Cuántas veces miramos para otro lado cuando detectamos comportamientos cuestionables en políticos que defienden "nuestras causas"? ¿Cuántas veces justificamos lo injustificable con el famoso "y tú más"?

El caso de las mascarillas en Almería no es una anomalía - es el síntoma de una enfermedad mucho más profunda. Una enfermedad que no se cura con simples cambios de caras, sino con una reflexión colectiva sobre qué tipo de políticos queremos y, sobre todo, qué tipo de ciudadanos estamos dispuestos a ser.

La corrupción no empieza con un contrato millonario - empieza mucho antes, en los pequeños pactos, en las lealtades mal entendidas, en la normalización de lo inaceptable. Y eso, en Almería y en tantos otros lugares, ya venía de casa.

"El poder no corrompe, simplemente desenmascara; y estos políticos llegaron al poder ya enmascarados."

Jose Antonio Carbonell Buzzian

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