El 3 de septiembre de 1939, Hitler había invadido Polonia, e Inglaterra y Francia declararon la guerra a la Alemania nazi, que no esperaba esa reacción, con lo que empezó la II Guerra Mundial.
Aquel día el mundo aún no sabía que despertaría distinto, ya que las radios seguían sonando, los cafés bullían, los trenes circulaban... y sin embargo, algo en el aire se había quebrado.
El pacto de civilización que Europa había tejido tras la Gran Guerra (la 1ª Guerra Mundial) se desplomaba bajo el totalitarismo.
Creo que fue el fin de la ingenuidad, fue el último día del viejo mundo, como se pudo comprobar un poco más tarde.
Hoy, casi un siglo después, otro silencio tenso recorre el continente, y me refiero al conflicto Rusia-Ucrania, ya que Rusia ha invadido Ucrania con la misma mezcla de cálculo imperial y desprecio por la diplomacia que caracterizó a los regímenes de entreguerras..
La reacción vacilante y estratégicamente difusa de Occidente, recuerda a los titubeos previos a Múnich.
La historia, decía Karl Marx, que se equivocó en muchos vaticinios aunque acertó en otros, se repite : “la primera vez como tragedia, la segunda como farsa”.
Pero en esta repetición histórica actual hay algo más profundo : el retorno de la historia misma, después de décadas en que creímos haberla enterrado bajo la globalización.
Cada agresión individual es “menor”, pero cuando se juntan todas esas agresiones, configuran una ofensiva sostenida que busca erosionar la confianza occidental, sin llegar a provocar una respuesta colectiva inmediata.
El resultado es una guerra cada vez más agresiva sin que muchos europeos se atrevan siquiera a llamarla por su nombre, porque es una guerra de desgaste psicológico.
Rusia prueba hasta dónde puede llegar y Polonia (otra vez Polonia) en cambio, queda en la incómoda posición de centinela de un continente que todavía no se siente en guerra.
La paciencia polaca tiene un límite, pero la inacción europea no parece tenerlo.
El mundo ha vivido muchas otras fronteras : Chernóbil, la Perestroika..., con la ilusión de que el futuro sería técnico, no trágico.
Sin embargo, las promesas del progreso han envejecido mal, ya que la tecnología, en lugar de unir, fragmenta. La información, en lugar de iluminar, confunde.
Y las democracias, fatigadas y cada vez más desprestigiadas, se debaten entre la nostalgia y el miedo.
Quizá también nosotros estemos viviendo el último día de un mundo viejo, el fin del orden liberal surgido en 1945 al final de la II Guerra Mundial tras la rendición de Alemania y la capitulación de Japón, y reafirmado en 1989 con la caída del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría.
Nadie sabe cómo será el nuevo mundo, pero si algo enseña la historia es que los días “finales” nunca lo son del todo.
Europa despertó de su tragedia con una unión frágil pero consciente, y tal vez ahora toque otro despertar, uno que devuelva al ideal de civilización su sentido moral, porque cada generación tiene su 3 de septiembre : ese amanecer incierto donde el futuro aún no tiene nombre.
Europa padece dependencias estratégicas y falta de reformas, ya que la alianza de hoy se sitúa como el eslabón más débil del tablero económico global, afrontando cuatro grandes desafíos.
En primer lugar, la dependencia militar, evidenciada por un gasto en defensa muy bajo.
Segundo, la dependencia energética y tecnológica, resultado de la falta de desarrollo con autonomía tanto en el suministro de gas como en el de tecnologías de la información.
Tercero, la dependencia estratégica exterior, derivada de la ausencia de una política exterior y de defensa comunes, que permitan a la Unión actuar de manera unificada en el escenario global y reforzar su posición comercial e industrial.
Por último, un exceso de regulación y la rigidez de los Estados del bienestar. Europa no está tan decidida ahora con la invasión de Ucrania, como lo estuvieron Inglaterra y Francia cuando Hitler invadió Polonia.
La Unión Europea no es una unidad y está más preocupada por reducir la brecha tecnológica con los gigantes de EEUU y China, que por guerrear en defensa de la justicia y la libertad.
Europa tiene urgencia, aunque no demasiada eficacia, en eliminar barreras en el mercado, disminuir la enorme burocracia y atraer más gestión empresarial.
Los Estados Unidos del presidente Trump amagan, pero no avanzan en Ucrania. Efectivamente, nadie sabe cómo será el nuevo mundo.
Sólo sabemos que va a ser muy diferente del mundo actual, que estamos otra vez como en 1939 en los umbrales de un nuevo mundo.
¿De una nueva Guerra Mundial? Esperemos que no, aunque hay que tener siempre presente la realidad de que la frase “eso no puede ocurrir aquí” es una falsedad, y es que todo puede ocurrir aquí, en este nuevo mundo.
