Hay una pregunta que deberíamos hacernos cada mañana frente al espejo: ¿en qué momento dejamos de sorprendernos?
Ayer fue otro político con cuentas en paraísos fiscales. Anteayer, otro que legisló contra el nepotismo mientras colocaba a su cuñado en la dirección de compras públicas. La semana pasada, uno más que firmó decretos de austeridad desde su despacho recién renovado con mármol de Carrara.
Y nosotros, ¿qué hacemos? Compartimos la noticia, soltamos un suspiro cínico, y seguimos desplazando el dedo por la pantalla.
Pero aquí está la trampa: ellos cuentan con nuestro cansancio. La corrupción no sobrevive por ser invisible; sobrevive por ser predecible. Se normaliza. Se convierte en el ruido de fondo de nuestra democracia.
Lo fascinante y aterradores la coreografía perfecta de la doble moral. El político que da discursos sobre "la familia tradicional" mientras mantiene tres hogares paralelos. El que clama contra la inmigración ilegal desde una casa construida por trabajadores sin papeles. El que habla de transparencia y tiene más sociedades offshore que años en el cargo.
No es solo hipocresía. Es un sistema. Porque la doble moral necesita dos cosas para funcionar: poder para ejercerla y una audiencia dispuesta a olvidar.
¿Cuántos escándalos recuerdas de hace cinco años? ¿Tres años? ¿Uno?
La verdadera pregunta no es por qué ellos lo hacen. La psicología del poder ya nos ha dado esa respuesta: porque pueden. La pregunta es por qué nosotros lo permitimos.
Cada vez que decimos "todos son iguales", estamos firmando un cheque en blanco. Cada vez que no exigimos consecuencias reales, estamos renovando su licencia para operar. Nuestra desilusión no es una forma de resistencia; es su combustible.
Imagina si tratáramos la corrupción política como tratamos una infidelidad personal. No diríamos "todos engañan" y volveríamos a la cama. Exigiríamos explicaciones. Pondríamos límites. Tomaríamos decisiones.
La próxima vez que veas a un político predicando virtudes que no practica, no te preguntes cómo se atreve. Pregúntate por qué nosotros se lo permitimos. Pregúntate qué parte del sistema corrupto estás manteniendo vivo con tu silencio, tu olvido, tu voto automático.
Porque el espejo no solo está roto del lado de ellos.
Dos minutos. Eso es todo lo que tardaste en leer esto. La pregunta es: ¿cuánto tiempo pasará hasta que lo olvides?
Jose Antonio Carbonell Buzzian
