Lider y liderazgo

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Lider y liderazgo

Según la Real Academia Española, un líder es la persona que dirige un grupo, reconoce su autoridad o encabeza una acción colectiva. El liderazgo, por su parte, es la condición de quien ejerce esa dirección y conduce una organización, un partido político o un grupo social. Aunque ambos términos están relacionados, no son lo mismo, y confundirlos es uno de los grandes errores de nuestra vida pública.

El líder no se limita a dar órdenes o supervisar tareas. Inspira, motiva y hace crecer a quienes le rodean, tanto en lo personal como en lo profesional. El liderazgo, sin embargo, va más allá del individuo: es la capacidad de influir, de crear un proyecto común y de ofrecer una visión de futuro compartida.

Por eso el liderazgo es más importante que los líderes. Un líder puede desaparecer y dejar tras de sí una sensación de orfandad. Un verdadero liderazgo, en cambio, permanece, porque no depende de un nombre propio sino de un modelo sólido y coherente. Las organizaciones, empresas o partidos con grandes líderes suelen resentirse cuando estos se van; las que cuentan con un liderazgo fuerte continúan avanzando, incluso con un relevo en la dirección.

Los líderes que construyen liderazgo no temen rodearse de personas más brillantes, con mayor talento o capacidad. Confían en sí mismos lo suficiente como para permitir que otros destaquen y tengan éxito. Esa es la diferencia esencial entre liderar y mandar.

Un verdadero líder guía, es digno de imitar, sabe convencer sin imponer, ayuda a crecer a los demás, motiva, tiene visión y, sobre todo, actúa con valores. Cuando estas cualidades no existen, no estamos ante líderes, sino ante simples dirigentes. En España, por desgracia, abundan más los dirigentes que los líderes: personas que solo miran por su interés particular y no por el bien común de todos los españoles.

Decía Winston Churchill que el problema de su época era que muchos hombres no querían ser útiles, sino importantes. La frase sigue plenamente vigente. Se busca el reconocimiento y la grandeza personal, pero se elude la responsabilidad. Hay euforia en la victoria y silencio en el fracaso. Nunca se asumen errores: siempre se culpa a otros.

Basta con observar la situación actual de España para entender la gravedad del problema. Corrupción en distintos estamentos del Estado, líderes políticos procesados y familiares imputados, ausencia de presupuestos generales, pérdida de ayudas europeas por falta de planificación, una deuda pública desbocada, inflación persistente, un paro maquillado por estadísticas poco creíbles, jóvenes sin acceso a la vivienda, pobreza energética en miles de hogares, una sanidad saturada con listas de espera interminables, inmigración descontrolada, aumento de la delincuencia, asfixia económica para autónomos, un sector primario cada vez más abandonado y un desgobierno cuya única prioridad parece ser mantenerse en el poder.

Ante una situación tan grave, propia de un país en clara descomposición institucional y social, ni siquiera el jefe del Estado ha querido afrontar públicamente los problemas reales que afectan a millones de españoles.

Mientras tanto, los partidos de la derecha, Partido Popular y Vox, siguen sin ponerse de acuerdo en señalar con claridad que el verdadero problema de España es este desgobierno sostenido por socialistas, comunistas, independentistas, golpistas y herederos de terroristas, que aprovechan la debilidad del Ejecutivo para imponer sus exigencias. Pero quienes pagan estos abusos no son los políticos: son los ciudadanos.

Si PP y Vox no entienden pronto que por encima de sus líderes y de sus siglas está España, el daño será irreversible. La historia no juzga la comodidad ni el cálculo partidista, sino la capacidad de estar a la altura cuando el país más lo necesita.

Porque gobernar, como liderar, exige asumir responsabilidades, actuar con valentía y pensar en el futuro de todos. Solo así se podrá devolver a los españoles la esperanza de un mañana mejor.

José García Martínez

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