Son muchos, pero muchos, los que alardean de memoria histórica sin tener ni pajoreta idea. Las civilizaciones egipcias y romanas nos dejaron buena cuenta de ello y, mucho de lo que observamos hoy, entre la tradición y la innovación, no tienen sus raíces en nuestros tiempos ya que son más viejos que la tos. Muchas modas que se venden como esnobismo ya pasaron por las pasarelas de hace siglos. El cambio climático, por mucho que gobiernos y monarquías hablen de ello, ya existía desde que el mundo es mundo.
Thomas Edison, quien perfeccionó la bombilla incandescente, Jerôme Lejeune, descubridor de la trisomía 21 (síndrome de Down), Padre Damián de Molocai, patrón de los leprosos, los 26 mártires de Japón crucificados en 1597, la primera vuelta al mundo de Magallanes y El Cano, los cristianos actuales perseguidos y quemados hoy en Nigeria y que Europa los silencia, el actual abucheo de México contra España, el mismo Opus Dei, los pueblos vascos y la nación española frente a ETA, etc, etc, todos ellos y muchos más, han sido carne de cañón a lo largo del tiempo ante el descubrimiento de nuevos mundos, unos por envidia, otros por ignorancia y muchos por odio. Seguimos en pleno siglo XXI, pero de manera sibilina, realizando abucheos de todo tipo contra aquellos que han optado por otro tipo, ellos, también salieron de armarios, armarios cada uno con toques diferentes, donde lo políticamente incorrecto deseaba brillar.
En tiempos cercanos, la moda femenina optó por los pantalones, adolescentes y algunos mayores salían a la calle con pantalones medio rotos, hombres con ciertos moños que, la verdad, no quedaron mal, otros con aros en orejas boca y nariz y, en definitiva, se cruzaba una línea que pensaban era la nueva ola sin saber, que tales distintivos se usaron miles de años atrás. Por todo ello, ni eran menos hombres ni menos mujeres. Eligieron libremente una opción tan buena como otra. Sigue aún otro personal que opina que, sin corbata no se puede Hacia aquí o allá, sin acordarse de que la corbata, antes, desde tiempos remotos, eran lazos, pañuelos, etc. No han sido reivindicaciones algunas, simplemente, han optado por funcionar algunos años de otra manera, tema al que hemos de aplaudir.
Los gurús ideológicos, atendiendo estas nuevas formas de opción, como siempre, quisieron meter sus pezuñas e ir más lejos, al estilo de unos filósofos arcaicos que no han pasado a la historia por ser impulsores de mejorar nuestros estilos de vida y, en definitiva, hacernos más felices. Ellos fueron los de la Escuela de Frankfurt, Foucault o John Mc Worther. Aún muertos, siguen siendo los que dan alas a los cuatro gurús mal avenidos.
Tal está el mundo que, pasar cerca de una bandera arco iris no nos debería revolucionar ni que estos, a su vez, diesen leña a todo viviente por hacerse ver o poner los puntos sobre las íes, ¿No somos capaces de dejar a unos y otros que convivan libremente como lo han deseado? Muchas veces se nos llena la boca del concepto paz, pero en el fondo no la deseamos y, no la deseamos por ser unos míseros e intolerantes homófonos, por ambas partes cargados de sinrazones.
Demasiadas corrientes de pensamiento, estrategias ideológicas y ecos del antiguo gnosticismo. Es necesario despertar por alcanzar una buena conciencia, aunque, con cierta premura y maledicencia, el mundo woke sigue siendo un sistema cerrado, opaco a la crítica o a la discusión. Por otro lado, al hetero, bien debería ir algo calmado frente a otros modos de ver la vida. Tal para cual. El mundo trans, harina de otro costal, nos han calentado demasiado las chimeneas.
El mundo de la vida sigue manteniéndose en pie gracias a la gramática, y más en concreto, a los pronombres personales, comenzando por la primera persona del singular. Ellos son como las bisagras del mundo de la vida. La identidad es la igualdad absoluta de algo consigo mismo, que se mantiene inalterada con el paso del tiempo.
Hemos de buscar espacios para la paz, espacios por el gusto de ser diferentes, el dejar vivir en consecuencia, ver en los demás su propia dignidad. Demasiado atropellos. La paz como ideal de vida, proclamada en la comedia de Aristófanes, en la Ciudad de Dios de San Agustín, Raimundo Lulio y Dante, Luis Vives y la Escuela de Salamanca, Erasmo de Rotterdan…
La guerra ya no es la mejor forma de resolver los conflictos; ni siquiera la peor. Sencillamente, no es la forma. Tenemos la oportunidad, incidiendo en cierto pacifismo como una cuestión vital e insoslayable, que el último estadio sea la paz por la cultura. Sin duda, no habrá armarios que necesitar.
MARIANO GALIÁN TUDELA
