El Padre Luis Fontes, seis décadas al servicio de la Iglesia en Japón

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Entró en la Compañía de Jesús con el mismo sueño que el Papa Francisco, ser misionero en Japón, y durante 60 años, el Padre Luis Fontes, ha trabajado dando a conocer el Evangelio en tierras niponas, en las que tan sólo el 0,35% de la población, de más de 127 millones de personas, pertenece a la religión Católica.

Según los resultados de la encuesta realizada por la Conferencia Episcopal Japonesa, para el próximo Sínodo de la familia, es necesario apoyar y sostener la pastoral de las familias en este país para que estén más involucradas en la vida de la comunidad cristiana. Y es precisamente en este ámbito, con parejas de jóvenes especialmente, donde ha trabajado muchos años el Padre Luis.

A sus 83 años está jubilado y pasa el año entre Japón y Murcia, su ciudad natal. Su afición por la colección de iconos eclesiásticos, sobre todo los que recopiló durante sus seis viajes a Rusia, le está permitiendo emprender una nueva manera de comunicar sus experiencias por medio de exposiciones que realiza donde se lo demandan. El resto del tiempo libre lo dedica a otra de sus grandes aficiones, la pintura.

- ¿Qué le motivó a entrar en la Compañía de Jesús?

Me encontraba de retiro junto a otros compañeros en el Monasterio de Los Jerónimos. Allí estábamos para realizar el examen de estado y elegir a qué nos íbamos a dedicar. En mí todo estaba claro, no tenía mucho que pensar, mi padre era arquitecto y todo venía a decir que yo seguiría sus pasos. El retiro nos obligaba a estar callados durante tres días, pero no era imposible cumplirlo. El último día nos obligaron a hacerlo en serio.

La jornada trascurría en hacer una oración, comer, pasear, dormir la siesta y leer. El paseo me lo ahorre porque hacía calor, así que dormí la siesta, y cuando desperté me fui a la biblioteca. Allí, entre todos los libros, sentí la necesidad de tomar uno en cuestión; era como si alguien me lo estuviese poniendo en las manos; su título, “Japón”, de Moisés Domenzain, jesuita misionero en Japón durante 20 años. Al abrirlo pude leer una carta de San Francisco Javier escrita a mano en la que informaba a sus compañeros, de la universidad de París, su intención de ir a trabajar a Japón y les preguntaba: “¿Quién se vendría conmigo?” y yo le conteste: “yo”. Sentí que la carta estaba dirigida a mí.

Así que, tras aprobar el examen, investigué como podía viajar hasta Japón y vi claro que mi pasaporte estaba en la Compañía de Jesús. En agosto de 1948 ingresé en el noviciado de Aranjuez. Desde un principio dejé claro que entraba en la orden con el deseo de hacer misiones en Japón, pero viajar hasta allí era muy difícil.

Me puse en contacto con el Padre Cerdeño, también murciano, de Alcantarilla, que ya estaba allí y me aconsejó que no fuese sin saber inglés. Tuve la mala suerte de que en el curso de Bachiller Superior, que yo había realizado, el estudio del inglés se sustituyó por el alemán. Era muy difícil entonces estudiar inglés. Para hacerlo tuve que esperar hasta junio de 1956. Ese año pude dar otro paso hacia mi objetivo. Partí en barco desde Cádiz hasta Estados Unidos donde permanecí unos cuatro meses dedicándome a estudiar inglés.

Tras ese periodo, por fin embarqué hacía Japón reviviendo el sueño de Cristóbal Colón de ir por el oeste a las islas de oriente.

- ¿Cuánto tiempo ha permanecido como misionero en Japón?

Pues concretamente, entre las idas y venidas, 57 años. Los primeros diez años los dediqué a estudiar las costumbres y la lengua. También estuve un año de prácticas en la Universidad Católica Jesuita enseñando a jóvenes en japonés. Así pude hacerme intensamente con el idioma, y por medio de las cartas que recibía pude aprender a escribirlo con ayuda de profesores que me corregían los fallos.

Doy gracias a Dios por haberme ido joven.

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