De este modo dio comienzo el pregón pronunciado por Carlos Valera, concebido no como una mera alocución ceremonial, sino como un auténtico itinerario emocional e intelectual a través de la memoria compartida. Su palabra se articuló como un recorrido evocador por los paisajes sentimentales de la infancia, que se iniciaba simbólicamente en la calle Feria —con el eco lejano de zambombas y celebraciones populares— y se prolongaba hasta los ámbitos sosegados de los pueblos de la vega sevillana.
A lo largo de su discurso, Valera ofreció una reflexión pausada y profunda sobre los pequeños milagros que acompañan al mes de diciembre, aquellos gestos cotidianos y aparentemente modestos que solo logran percibir quienes conservan intacta la capacidad de asombro. No obstante, el pregón no eludió las realidades más complejas y silenciosas que también conforman estas fechas. Con sensibilidad y equilibrio, se aludió a la soledad presente en los asilos, al recogimiento tras los muros de las instituciones penitenciarias y a la vida contemplativa de los conventos. La Navidad fue presentada, así, como una realidad plena y compleja, hecha tanto de luz como de silencio, de celebración y de introspección.
El discurso se sostuvo sobre relatos que tendían puentes entre generaciones y poemas de cuidada sonoridad, conformando un conjunto de notable coherencia interna. El auditorio acompañó la intervención en un clima de atención respetuosa y profunda, marcado por un silencio elocuente que evidenciaba la plena recepción del mensaje.
La dimensión musical del acto contribuyó de manera decisiva a su realce. El coro trianero Entre Dos Ríos interpretó una esmerada selección de villancicos, cargados de sentimiento y hondura, que fueron acogidos con una prolongada ovación por parte del público. Posteriormente, la intervención de Tere Sánchez, con una voz de notable claridad y emotividad, evocó piezas como En tierra extraña, dejando en la sala una atmósfera de belleza serena y nostalgia compartida.
El acto, valorado muy positivamente tanto por su calidad como por su cuidada organización, se prolongó más allá de su desarrollo formal. La convivencia posterior, en un ambiente distendido y fraternal, permitió compartir viandas sencillas mientras continuaban sonando villancicos y sevillanas navideñas, favoreciendo el diálogo y el encuentro entre los asistentes.
En su conjunto, la velada constituyó una auténtica exaltación de la Navidad entendida desde la sevillanía, la memoria colectiva y el valor de la convivencia. No como una expresión estridente o efímera, sino como un canto sosegado y profundo al tiempo compartido, al recuerdo y al sentimiento común de pertenencia a una tradición viva, significativa y transmitida de generación en generación.
Fotografías: Antonio Rendón Domínguez
