Totana rememora el radiante sonido de la bocina

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Totana rememora el radiante sonido de la bocina

Con firme solidez resuena en el palpitar de nuestra tierra, en el alma nazarena de Totana, el apasionante, rotundo y misterioso murmullo de la bocina. Lo hace abriéndose camino en este presente que oprime y acongoja, en el que sentimos el dolor de tantos hombres y mujeres que sufren las graves consecuencias de un pesado fardo que cercena el preciado bien de la salud, que doblega el aliento, cubriéndolo de tinieblas. En esa nebulosa percibimos anhelantes un perfume que nos acerca a la esperanza, que nos brinda destellos de luz, invitándonos a seguir una senda que hace posible doblegar el desgarro que acompaña a la pandemia que sacude nuestros días.

En la actual coyuntura, el característico clamor de nuestra bocina, que es raigambre y fuerza, alcanza un vigor especial. Así, en la pasada noche de Miércoles de Ceniza, la añoranza de su eco, inmerso en un mutismo acorde con el prudente compromiso que es necesario mantener, impregnaba el alma llamando a la generosidad, al compartir, a poner la mirada cuajada de gratitud en la entrega de todos aquellos que hacen de su saber, de su responsabilidad y de su dedicación un bálsamo de consuelo en la sombría travesía de la aflicción y la angustia.  

En esa conmovedora ausencia en el inicio de este recién inaugurado tiempo de Cuaresma la bocina nos recuerda, una vez más, el crédito de una trayectoria sonora que interpela y renueva los vínculos con las raíces de Totana, un pueblo en el que cuajó su vibrar allá por el siglo XVII, cuando sus mayores forjaron un peregrinar nazareno que llega hasta hoy nutriéndose del fervor y la veneración que le infunden hermandades y cofradías, pero también con el mimo de personas que creen en la valía de este símbolo, en la grandeza que encierra un gemido que, año tras año, acompaña en el quehacer de la vida para conducir nuestros pasos por el ciclo litúrgico de la Cuaresma y la Semana de Pasión, favorables momentos para ahondar en lo espiritual. Sin lugar a dudas, Juan Martínez Fernández, «el Enterraor», es expresivo testimonio de esta apuesta vital, cuya implicación ha fortalecido la continuidad de tan elocuente signo de identidad nazarena.

La bocina es un instrumento metálico de aproximadamente unos cuatro metros de longitud que comienza en punta, en donde se coloca la boquilla que permite extraer su peculiar acento, para acabar ensanchándose y en donde se incrusta, a modo de remate, una forma que semeja la cabeza de una serpiente o la de un dragón.

La reciedumbre de este distinto elemento de la Semana Santa de Totana nos conecta, con su sonar lúgubre y austero, a un pasado de esfuerzo y perseverancia, a la vez que nos impulsa a saborear la autenticidad y significado de las tradiciones, ayudando a considerar el legado recibido, a transmitirlo en la pureza heredada, proclamando que el tañer de la bocina es una invocación a vivir vigilantes, atentos a las necesidades de un mundo que requiere interiorizar la claridad que emana de lo sublime, de lo genuino, de valores y esencias que llenen el corazón, despojándose de la hojarasca que difumina las huellas que guían el encuentro fraternal.

Juan Cánovas Mulero 

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