"Cáceres en su sabor"

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Entre las piedras que pasean por el alma, están los sabores que refundan el corazón por dentro. Toda ciudad-aldea-pueblo tiene su color, pero también su sabor o sabores. 

El agua que chirría en la mente-cerebro, troceando el queso-jamón combinado en un alfiler largo de tocino hambriento de ser-estar. Al fin, que es una comida, sino una imaginación de un color y un sabor. Y, qué es sino una invención que puede llevarte a otros derroteros. Tomamos lo real y lo ambientamos en lo imaginario. Unas migas engarzadas en un filo de hierro, como trozos de carne y albóndigas. 

Cuando percibo una imagen-fotografía de una ciudad-aldea-pueblo, enseguida la veo de derecho y al revés, como si el cielo-aire estuviese abajo y las piedras y tierras arriba. Entonces, entiendes, de otra manera el exterior, para comprenderte-entenderte mejor. Eso, es lo que realizo, sea en papel, o sea digital, todavía en el estómago de la cámara. Al final, he hollado varias veces, los pies de este lugar, algunas hectáreas, con mi media naranja-limón-pomelo, y, una vez, con el primer vástago infantil, que realizó una foto que se perdió, una foto a nosotros que salió más bien el suelo e la puerta de la plaza que parece un campo de futbol. 

Cuando citan un lugar, nos viene a la cabeza, algo de ese lugar, algo si has estado dentro de ese escenario, y personas, que hayas conocido que han nacido como flores de esas calles. Esto, sucede casi siempre, diríamos que debe ser una conformación mental-cerebral. Tú, recuerdas, si eras solo inmanente, recuerdas características morales y personales, si eres trascendente, esperas que esté en el Lado Bueno de la Eternidad y con la Eternidad. 

Estoy narrando-describiendo el interior de una mirada, en una serie sobre este lagar, que ha estado respirando, según los arqueólogos, al menos dos mil veces por trescientos sesenta y cinco días. ¿Por qué, me digo, nos gustan tanto los silencios de las calles desiertas, con recovecos de piedra, que no sabemos muy bien lo que hay detrás, siempre que sea de día, y no temamos que nos suceda algo en nuestra identidad personal y psicológica y moral…? 

Cáceres, nos hace viajar en el tiempo, no por las teorías de la relatividad de Einstein, sino de la memoria que recorre, recorre el mundo interior, es como la flor que vuela llevada por el viento, sin saber hacia dónde va, nos lleva a trozos de nuestra realidad interior, que está dormida en el laberinto más profundo del yo, no sabemos, sino como vivencia, como recuerdo. 

Las piedras y quienes las pisan también aumentan los deseos-pasiones-emociones-libidos-pulsiones. Si son buenos, en sí, bien, si son buenos, moralmente, también bien. Pero uno, también debe cuidarse de los deseos no buenos. Que afloran dentro de nosotros, al pisar los aires de otros vientos, quizás, como el animal que llevamos dentro, quiere salir de la racionalidad y de la racionalidad moral. Aviso al viajero, no caiga en la prueba y en la tentación del no-bien, que tiene muchos colores y muchos atractivos aparentes, que nos engaña, como prestidigitadores, aunque creamos que es bien, si no es un bien, siempre vendrá con el hacha al recuerdo más profundo de nuestro yo. 

Suena en el túnel de unas calles, una especie de abismo entre luces y sombras, los sonidos de una campana, que llaman al silencio y al rezo. Quizás, el gran misterio de Occidente, es el cristianismo, lo que se celebra-concelebra en esos muros, sagrados-religiosos, de templos que sus torres hunden sus raíces en el azul de los siglos-historia. 

He estado y sido en esta ciudad, en varias ocasiones, en distintos proyectos de mi modesto existir, hace lustros con la esperanza y esperanzas en varios caminos, ahora, ya últimamente, con menos esperanzas, más desesperanzas. Hace tiempo, creí en mi interior confuso, que tendría algún lugar, en el horizonte de la literatura-filosofía-pintura, hoy, hoy, ya mirando hacia atrás, no entendiendo-comprendiendo, tanto trabajo, tanto sudor-silencio en letras y colores, y tanto desierto con frutos que nadie desea degustar. 

Al final, y en medio, del día, de la tarde, volvemos a la degustación de sabores-energía de colores-formas, para ser-estar en el mundo, cosmos y microcosmos que se cruzan. Cuántas personas, a lo largo de los siglos habrán pisado ese metro de suelo, docenas de miles, cientos de miles, cada uno con su pesar y pensar, su alegría y su tristeza, cada uno, estando rezumando el silencio del violín de si mismo en la enorme sinfonía de la naturaleza y de la sociedad. Penden las banderas de la historia de piedras colgadas, que van cambiando, y en medio, pasan varias generaciones, hasta que otros vientos-huracanes-volcanes, nos traigan, otros silencios-músicas. Y, los humanos, de ese momento, tendrán que adaptarse y adoptar el presente, incardinarse en su realidad existencial y vivencial, buscando ideales, que van cambiando como los pájaros horadan el espacio. 

Cáceres en sus sabores de palabras o de olores o de gustos o de miradas o de esencias y de accidentes. Cáceres como la gran metáfora del yo, de tu yo, y, del nuestro, de ayer y de hoy y de mañana. Es un espejo que se ha caído rompiéndose en mil pedazos, que son un trozo de ser o un ser, que ha pisado una baldosa de ese momento y calle.  

Cáceres en su sabor - 1, Foto 1
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